Revista Cultura y Ocio

¡Que no le puedo dar cambios!

Publicado el 15 noviembre 2012 por Desequilibros
Va usted a comprar un billete de tren. Solo lleva billetes grandes. En la taquilla le explican que no pueden darle cambios y amablemente se lo explican de la siguiente manera:
Disponibilidad de cambios: En función del importe del título de transporte a adquirir, no garantizamos la disposición de moneda fraccionaria para cualquier cuantía de papel moneda que utilice el cliente, quedando a potestad de la empresa el facilitar cambios en percepciones diez veces superiores al importe de la compra.
Está perfectamente claro ¿no?
Real como la vida misma.
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Hace ya algunos años os explicábamos el origen de la expresión "hablar en román paladino"; y os mostramos unos ejemplos reales, extraidos de unas señales de advertencia de obras de mantenimiento en una carretera.
Se lo recuerdo: Román Paladino es el término que acuñó Gonzalo de Berceo para referirse a la lengua que usaba el pueblo llano para comunicarse, en los tiempos en los que el latín estaba dejando paso a lo que hoy son las lenguas romances. Estos son los versos originales en "La vida de Santo Domingo de Silos":
"Quiero fer una prosa en román paladino
en el qual suele el pueblo fablar a su veçino..."

Desde entonces, casi desde siempre, es permente el debate sobre si se debe simplificar el lenguaje al máximo para hacerlo comprensible apra el mayor número de personas o se debe mantener la propiedad en el uso de los términos y la gramática, aun a riesgo de alejar la lengua de sus usuarios.
Conviene recordar que en la Edad Media nadie leía ni escribía; ni siquiera había libros más allá de unos pocos manuscritos al alcance de un pocos privilegiados. La comunicación se realizaba de forma oral.
Así que no es de extrañar que en la labor divulgativa de juglares y clérigos (mester de juglaría y mester de clerecía, ¿recuerdan?) prevaleciese el esfuerzo de simplifacación para que sus "oyentes" y eventuales lectores fueran capaces de entender el mensaje.
Afortunadamente, a día de hoy la situación ha cambiado mucho en el mundo desarrollado. Pero el debate todavía sigue vivo, sobre todo de la mano de aquellos que reivindican su derecho a ser ignorantes frente a los que retratan como guardianes de la ortodoxia lingüística.
Veamos un ejemplo:
¡Que no le puedo dar cambios!
- a la izquierda, la versión correcta, expresada con propiedad, sin ambigüedades, aun a riesgo de que el conductor lector no entienda una palabra;
- a la derecha, la versión el "román paladino", que aun presentando algunos problemas de correcta comprensión, muestra un mensaje inequívoco y comprensible.
Creo que en el término medio está la solución: hay que hacer el mensaje accesible sin perder por ello los términos precisos que describan exacatamente aquello que se quiere comunicar.
Ustedes dirán, del ejemplo anterior, qué imagen les parece más apropiada.
Pero seguro que estaremos de acuerdo en el despropósito que supone  el ejemplo siguiente, y que es el que da pie a este apunte:
¡Que no le puedo dar cambios!
Disponibilidad de cambios:
En función del importe del título de transporte a adquirir, no garantizamos la disposición de moneda fraccionaria para cualquier cuantía de papel moneda que utilice el cliente, quedando a potestad de la empresa el facilitar cambios en percepciones diez veces superiores al importe de la compra.

Es una advertencia: si pretendes pagar con un billete de demasiado valor la empresa no se compromete a tener cambios. Los motivos suelen ser de tres tipos:
- de agilidad para el servicio. Para pagar cantidades pequeñas, un billete grande hace perder mucho tiempo y agota los cambios rápidamente. (Seguro que han oído en una cafetería la queja del camarero cuando se le paga un café con un billete de 50 euros)
- de seguridad para el trabajador, que puede alegar que la cantidad que guarda en su puesto es muy baja y así evitar eventuales atracos;
- y de prevención frente a falsificaciones que serían fácilmente introducibles.
Es el mismo criterio que se explica en el transporte público: autobuses, taxis…
Pero este párrafo es tan innecesariamente empalagoso, enrevesado y pedante que el mensaje se vuelve incomprensible: piensen en un turista con un nivel medio de castellano; o en un español con el mismo nivel que el turista.
La verdad es que da risa leerlo.
El problema es que está en las estaciones de tren y lo firma el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias de España.

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