Revista Diario

¡Que no soy un robot!

Por Negrevernis
Estimado sr. o sra.:
Yo sé, en lo más profundo de mi alma, que esto forma parte de su trabajo, y hasta el posible que la sombra de su jefe más directo planee sobre su hombro derecho, tic, tic, tac, anotándole
- Este sí. Este no.
No me cabe la menor duda de que hay alguna razón para que me haga esto, pues, como he oído hoy en la televisión, que todo lo sabe, el profesional es usted, el que conoce el trabajo y el que sabe, realmente, las explicaciones del porqué.
Es por esto que respeto profundamente su decisión, a pesar de mis insistentes peticiones, y comprendo también que hasta cabe en lo posible que usted reciba una bonificación por cada vez que tecleo y tecleo sin parar: hay días que no me cabe esperar mucho de este país, donde nos informatizamos hasta el extremo, pero seguimos haciendo copias en papel y llevando nuestras carteras de trabajo de un sitio a otro, llenas y rebosantes.
No quisiera, pues, causarle más molestias de las necesarias, ni que pudiera suponer esta mi petición un obstáculo en su imprescindible trabajo (por lo de asegurarse de la identidad de todos y cada uno de los presentes al otro lado de la pantalla).
Pero, por favor, ¿podría dejar de decirme que mi contraseña no es la correcta, y permitirme abrir mi correo? Ya le he dicho varias veces que no soy el robot de la esquina ni el spam de mi vecino, que no tengo pulsadas las mayúsculas y sí, sí, esa es la respuesta de mi pregunta secreta. Que, por supuesto, la clave es alfanumérica, un complejo sintagma de logaritmos neperianos que no repito de una a otra página. Efectivamente, no tengo ADSL y me muevo por la red de forma lenta y pausada y con paciencia infinita.
A la espera de su pronta respuesta, le saluda atentamente,
¡Que no soy un robot!

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