Al hombre se ha puesto a sí mismo el título de rey de la creación, habitualmente con argumentos religiosos, pero lo cierto es que si la especie humana ha llegado a esta posición de dominio indiscutible sobre el resto de los animales es porque ha vencido - al menos provisionalmente - en esa batalla constante que es someterse a las leyes de la evolución, donde quien se adapta tiene como premio la supervivencia y quien no lo logra, la extinción como especie. Desde luego dicha ventaja adaptativa tiene como principal puntal un cerebro prodigioso, capaz de hacer que nuestro conocimiento del entorno en el que vivimos y de nosotros mismos avance en progresión geométrica. Un cerebro que tiene como característica esencial estar dividido en áreas muy especializadas y - no lo olvidemos - tiene como principal propósito, por mucho que el humano moderno haya desarrollado otros intereses más sofisticados, tomar decisiones que favorezcan el éxito reproductor.
Como muchos otros mamíferos, el humano depende para sobrevivir de la la cooperación social, materializada en grupos, contando con una larga historia de agresión intergrupal, lo cual implica que nazcamos con una serie de normas morales que tienen mucho que ver con nuestro sentido de la territorialidad y la cohesión del grupo, para obtener bienes y seguridad de manera recíproca. De hecho - y esto es algo que se mantiene inalterado hoy día - el principal argumento de nuestras conversaciones cuando nos relacionamos con los demás, es el chismorreo, lo cual nos sirve para estrechar lazos con algunos, tomar distancias con otros, poco dignos de confianza, intercambiar información útil y, sobre todo, socializar.
Otra de las características que nos definen como humanos es nuestra capacidad de abstraernos de la realidad y crear ficciones que nos doten de aprendizaje acerca de lo que podría acontecer en el futuro, ya sea de manera realista o metafórica: es una manera de adquirir experiencia, de aprender lecciones sin haber tenido que protagonizar, ni siquiera estar presentes, en los hechos narrados. La capacidad de imaginar, de convertir unos objetos en otros (un niño transformando un plátano en un teléfono, por ejemplo) es algo que aparece desde muy temprana edad. Esta imaginación también consigue que vivamos con la sensación de que la mente y el cuerpo son entidades separadas (una creencia fundamental para la mayoría de las religiones):
"Si crees que la mente y el cuerpo son entidades separadas, que tienes un alma que es algo más que tus células cerebrales y ciertas sustancias químicas, entonces, ¿cómo explicas los cambios en la conciencia o cualquiera de los cambios que tienen lugar a raíz de lesiones cerebrales? ¿Qué hay de Phineas Gage, quien, según descripciones de las personas que lo conocían, ya no fue la misma persona tras la lesión cerebral? Su esencia era distinta debido a un cambio físico en el cerebro."
El hecho de que nuestra conciencia sea una construcción, casi podemos decir artificial, de nuestro cerebro es una idea difícil de asimilar, puesto que todos esperamos íntimamente ser algo más que mera materia. En cualquier caso esta idea habla de la infinita y maravillosa complejidad del cerebro humano, un órgano que empieza a ser comprendido - aunque todavía quedan infinitas preguntas por responder - y que se empieza a intentar reproducir de manera artificial. No es seguro que esto último se consiga o, al menos, no con un éxito total, debido a una complejidad que puede que esté fuera de nuestro alcance:
"El cerebro humano tiene aproximadamente cien mil millones de neuronas, y cada una, por término medio, se conecta con otras mil. Una multiplicación consciente rapidita nos revela que hay cerca de cien mil billones de conexiones sinápticas. Entonces ¿cómo encajar e integrar toda esa información en un todo coherente? Para decirlo antropomórficamente, ¿cómo se las arregla un módulo para saber lo que están haciendo los demás? ¿Realmente lo sabe? ¿Cómo obtener orden a partir de este caos de conexiones? A pesar de que no siempre lo parezca, nuestra conciencia está bastante relajada y tranquila, teniendo en cuenta la gran cantidad de datos que bombardean el cerebro y todo el procesamiento que está llevando a cabo."
Lenguaje, ideas, progreso social y del conocimiento, relaciones complejas con otros seres humanos, un cableado cerebral infinitamente más complejo que el de cualquier manífero, incluidas todas las especies de simios. Capacidad de sonrojarnos, de llorar, de reir, de usar la ironía, de imitar a otros para lograr aprendizajes que luego pueden ser cuestionados o mejorados. El invento del arte. Los humanos somos una especie extraordinaria. ¿Habrá por ahí, por otros sistemas solares, algo parecido a nosotros? Mientras no podamos dar respuesta a esa pregunta, nos toca ser los reyes de la creación, una posición que no solo dota de poder, sino también de una inmensa responsabilidad. Ojalá nuestras inmensas capacidades sean usadas siempre para mejorar la existencia de nuestros congéneres y de la mayoría de los seres vivos del planeta.