Revista Mundo animal
El lunes pasado, mientras estaba de trabajo de campo por la zona de Ubiña, al llegar a Candioches vi un buen grupo de buitres leonados (Gyps fulvus) que volaba en círculo sobre la vega. Primero pensé que estaban aprovechando una corriente térmica para ascender pero al fijarme en las rocas de los alrededores observé que varios buitres más se encontraban posados por las laderas, algunos a menos de 100 metros de donde yo estaba. Todo apuntaba a que había alguna carroña cerca y que se estaban reuniendo para comenzar el banquete.
Al pasar una pequeña loma, en el fondo de una dolina encontré lo que los buitres estaban buscando, los cadáveres de dos xatinas que probablemente habrían muerto ahogadas tras las lluvias de la semana pasada que inundaron gran parte de la vega. Junto a ellas había varias plumas que delataban a algún valiente que ya había bajado a inspeccionar el terreno.
Mientras miraba con los prismáticos a los buitres que estaban posados, uno que no había visto salió volando a menos de cinco metros de mi, se encontraba detrás de una roca y probablemente fuera el valiente de la pluma o quizas el más hambriento de todos. Es en esos momentos cuando te das cuenta de lo grandes que son, con sus 2 metros y medio de envergadura parece imposible que sean capaces de levantarse en el arie.
Además de los buitres, un alimoche (Neophron percnopterus) y un milano negro (Milvus migrans) volaban sobre los dos cadáveres esperando a bajar a por su ración. Los buitres son muy desconfiados y no se suelen acercar a los cadáveres hasta que se encuentran completamente seguros de que no hay peligro. En este caso el peligro era yo y en vista de que no tenía donde esconderme y de que ellos no iban a acercarse hasta que yo me fuera me marché de allí para dejarlos tranquilos.
Curiosamente, al llegar a la casa de Mieres, que se encuentra muy próxima a Candioches, volví a ver otro grupo de buitres volando sobre la campera. Pensé que se trataba de algunos rezagados que se dirigían hacia la vega de arriba, pero cuando me fijé con mas detenimiento pude ver que había unos cuantos posados o caminando pesadamente a escasa distancia de la pista. Al acercarme con el coche encontré los restos de una vaca muerta, pero esta vez sólo quedaban los huesos y la piel, mientras tanto, a una distancia prudencial, unos 30 buitres y 3 milanos negros, con las cabezas aun manchadas de sangre descansaban tranquilamente tras haber llenado sus estómagos con varios kilos de carne.
Seguramente estas escenas se repetirán estos días en gran parte de los montes cantábricos, donde muchos animales domésticos y salvajes habrán muerto debido a las inclemencias meteorológicas. ¿Qué pasaría si no estuvieran allí los buitres para deshacerse de los cadáveres? Pues lo más seguro es que acabarían pudriéndose en el campo, dando lugar a infecciones y propagando enfermedades a través del aire y los acuíferos.
Esta labor impagable que realizan los buitres y otras aves carroñeras es recompensada en muchas ocasiones con veneno y con plomo, en una muestra más de la ignorancia y la estupidez humana. Por mucho que nos pese y por mucho que haya cambiado la sociedad aun quedan suficientes escopeteros y envenenadores para terminar con nuestros buitres, ¿qué haremos entonces?.