Caminar por las calles de La Habana y encontrarse con ancianos vendiendo maní en los cruces, tocando música tradicional en La Habana Vieja, arrastrando jabas repletas de latas usadas o pidiendo limosnas en alguna esquina es hoy día algo habitual. De hecho, es un fenómeno que ha ido creciendo en los últimos años. Personas que deberían estar en casa disfrutando de su pensión y de una merecida jubilación se ven obligadas a realizar estos y otros trabajos para poder sobrevivir.
Paseando por el Malecón me crucé con un señor sentado a la puerta de un edificio ruinoso en obras. José, de 78 años, me contaba que su pensión es de 200 pesos (unos 8 dólares al mes) y con eso no le alcanza ni siquiera para comer. En la actualidad trabaja de custodio en el edificio en cuestión, y por pasarse 40 horas semanales vigilando, le pagan otros efímeros 150 pesos mensuales (6 dólares). ¿Cómo puede un gobierno pagar esa miseria a una persona cuando un paquete de leche en polvo cuesta 6,80 dólares en las tiendas también estatales? ¿No se han dado cuenta de esta inconsistencia o es que no les importa?
Raquel, de 70 años, se dedica a vender cepillos de dientes en calle Obispo. Una persona en Miami abastece a varios puntos en La Habana, y luego en éstos se revenden los cepillos a ancianos como Raquel que a su vez salen a comercializarlos a la calle. Ella eligió la calle Obispo estratégicamente pues está frecuentada por turistas y sabe que, aunque no los necesiten, le compran para ayudarla, porque sienten lástima. Pero esa lástima es su salvación. Su pensión es de 175 pesos cubanos (7 dólares) y se ve obligada a trabajar ejerciendo una actividad ilícita para llegar a fin de mes.
Estos son dos casos concretos, pero hay muchos más. Nuestros ancianos, esa generación que apostó por la “Revolución socialista” de Fidel Castro, esos que trabajaron por décadas incansablemente se estrellan hoy contra una cruda realidad: El estado en que creían no puede proporcionarles una jubilación digna. Los más afortunados tienen un hijo, una sobrina o alguien de quien dependen para sobrevivir. Los menos afortunados tienen que cruzar la barrera del marco legal para poder malvivir y están en las calles “buscándose la vida”. ¿Cómo un gobierno que se denomina “socialista” puede olvidar a sus ancianos, que fueron sus principales defensores y hacer la vista a un lado mientras trabajan en su vejez?
¿Por qué ocurre esto? Muy sencillo, la Seguridad Social es un desastre. Las estimaciones que se hicieron en tiempos de vacas gordas, en que mamá URSS sostenía la sociedad cubana no tenían ningún tipo de fundamento económico y, al desaparecer el sustento económico, los estimados demostraron ser equivocados. Además, la inestabilidad de la Seguridad Social crece al tiempo que la base productiva decrece. Los índices oficiales del Censo del año pasado destacan una población envejecida con un crecimiento mínimo debido a la baja tasa de fecundación en Cuba de 1,69 (la más baja de América Latina). Las lúgubres perspectivas económicas ponen freno a la planificación de embarazos. Además, la emigración se concentra en los segmentos de la población en edad activa por lo que cada vez la fuerza productiva es menor. Por otro lado, al aumentar el número de pensionados aumentan también las demandas sobre la Seguridad Social, aumenta la demanda de servicios sanitarios… ¿Cómo está pensando el Gobierno revertir esta tendencia? ¿Los impuestos de la inversión extranjera? ¿El milagro del Mariel?
Lo que más me aterra es que ningún dato indica que el futuro pueda ser mejor para los jóvenes de la Cuba de hoy.
Publicado originalmente en Cubanet