Durante nuestra infancia todos hemos sufrido ese miedo irracional relacionado con nuestra propia imaginación. Cada noche, cuando las luces se apagaban y nos encontrábamos en la oscuridad de nuestra habitación, comenzábamos a imaginarnos cosas que nos hacían sentir miedo. Nos imaginábamos monstruos debajo de nuestra cama. Pensábamos que dentro de nuestro armario podría haber alguien escondido. Si oíamos algún ruido cercano, creíamos que se acercaba alguien o algo hacia nosotros. Ante estos miedos irracionales siempre hacíamos cosas absurdas. Nos metíamos en la cama y nos tapábamos hasta arriba del todo, dejando apenas un hueco para respirar o para poder vigilar nuestro alrededor. ¿De dónde venían estos miedos irracionales y estas formas de actuar ante el miedo que nosotros mismos habíamos creado? Teníamos una imaginación asombrosa y era algo muy divertido.
Empezamos a crecer, a convertirnos en adultos. Supuestamente a medida que crecemos debemos madurar, y conforme maduramos vamos perdiendo esa absurda imaginación infantil. ¿Por qué perdemos esa forma de ver nuestro alrededor? ¿Por qué dejamos de creer en los monstruos que viven debajo de nuestra cama? Tal vez porque sería vergonzoso para nosotros mismos pensar que sentimos miedo por algo que no existe, o porque simplemente hemos dejado de creer en las cosas que realmente no existen. Lo cierto es que cuando nos hacemos adultos ya no pensamos en que debajo de nuestra cama puede haber un ser que te da miedo. Sin embargo, no dejamos de tener miedo y hacemos cosas para sentirnos más seguros, como contratar seguros para tu casa o incluso alarmas para evitar que alguien te robe. Pasamos de tener miedos irracionales a tener miedos aparentemente racionales.
Pese a los cambios que experimentamos y que nos hace perder cierta imaginación infantil, cuando somos adultos seguimos disfrutando de otro tipo de miedos como los que proporcionan las películas, los videojuegos o la literatura. Es en esos ámbitos en los que nuestra imaginación infantil vuelve a nosotros. Las personas que crean esas obras se inspiran en sus miedos infantiles y en sus formas de afrontarlos. El caso más obvio es el de Stephen King, que ha creado en sus libros un buen montón de ejemplos de miedos infantiles. It, su novela dedicada al miedo infantil/adulto, describe perfectamente esa relación que tienen los niños y las niñas con determinados tipos de temores, como los que sufren los distintos personajes de la historia.
Volviendo a nuestra imaginación infantil y al momento de irnos a la cama, cualquier fuente podía ser buena para hacernos creer cosas extrañas. No solo era la oscuridad la que nos hacía tener miedo, había más cosas. Lo peor que podíamos hacer antes de irnos a dormir era ver una película de terror. Recuerdo ver muchas películas que me daban miedo. Daba igual que fuera una película de terror, podía ser una película que tuviera alguna escena de intriga o sobresalto. Cuando me iba a dormir no podía dejar de pensar que en la oscuridad de mi habitación había algo que me podía hacer daño. Era solo mi imaginación influenciada por una historia que acababa de ver, pero me hacía sentir inquietud y no me dejaba dormir del todo bien.
Eso era lo que hacíamos cuando éramos niños. Pasábamos miedo porque nuestra imaginación nos hacía pensar cosas absurdas, como que debajo de nuestra cama había monstruos. Pero cuando nos hacemos adultos nos olvidamos de esa imaginación. Sin embargo, seguimos teniendo ganas de pasar miedo y por eso la literatura, el cine o los videojuegos son tan lucrativos dentro del mercado adulto, porque los usamos para sentir lo mismo que sentíamos en la oscuridad de nuestra habitación.
Libros:
Otra vuelta de tuerca de Henry James
Películas: