Porque una vez en Belgrado MM y yo nos colamos en la inauguración de una exposición de arte y nos pusimos finas de vino bueno mientras admirábamos los cuadros aunque cantaba a kilómetros que no éramos serbias (fue después de colarnos en una casa privada que confundimos con nuestro hostal).
En Malta las primas viajamos en un barco claramente tripulado por un narcotraficante que cantaba y ofrecía a droga a partes iguales con una velocidad excesiva para ser un crucerito que iba hasta Comino.
Soraya y yo dormimos en la Parador de Limpias en Cantabria que decían que tenía fantasma y claro, nos tocó la habitación donde siempre aparecía. Pero antes nos hicimos unos largos en la minipiscina chapoteando como auténticos leones marinos y en absoluta soledad.
Celebramos el botellón más surrealista del mundo en una parada del bus en Bérgamo. Después de ir al súper a comprar cosas de primera necesidad como no llegaba y no llegaba y no llegaba acabamos bebiéndonos la botella de ron y cantando a grito pelado sin saber muy claro cómo volver a casa. Aunque llegamos.
Cada vez que íbamos a trabajar a Madrid dormíamos en el hotel Isis, nuestro favorito con una diferencia enorme respecto a otros. Allí a través de las paredes podíamos descubrir interesantísimas historias de otros huéspedes, y otras situaciones. Quizás es porque era medio prostíbulo pero nunca lo llegamos a confirmar.
Una vez en Cadiz cogimos tal melopea después de comer una paella a orillas de la playa, que nos quedamos medio dormidas mientras subía la marea. Nos calaba la toalla, la subíamos treinta centímetros, nos dormíamos, nos volvía a calar la toalla, y otros treinta centímetros. Así hasta que bajó la marea (porque no conseguíamos despertarnos del todo).
En Puerto Varas (Chile) mientras estábamos dando un curso, el volcán Calbuco entró en erupción. No tengo nada más que decir.
Un taxista en Turquía no entendió nuestra estrategia de regateo y nos dejó tiradas a medio viaje en un polígono a las afueras de Estambul. A partir de ese día todo lo descubrimos a pata, ni un taxista turco más en nuestra vida.
Y también así descubrimos Nueva York, en aquel viaje en el que perdí cinco kilos, hicimos todo lo que sugería la guía “NY Chic and Cheap” y llegamos a echar de menos la tortilla de patata después de comer de forma infernal durante tres semanas. Pero nos movíamos como verdaderas neuyorkinas