Puede que hoy no sea el día. A estas horas deberíamos cerrar esta vuestra casa unas semanas para descansar un poco después de haber vivido un año trufado de disparates que nos ha llevado al límite de la paciencia. Pero mi conciencia no me deja marchar de vacaciones así, sin más. No puedo, algo me impide callar ante el deterioro social que vivimos y que ya nos afecta hasta en nuestra condición humana, seguramente hasta los primeros Homo Sapiens se avergonzarían de nosotros. Ya se que no soy más que un susurro insignificante en mitad de una tormenta pero siento que debo hacerlo, sin artificios y cachibaches porque me duele el alma y hoy siento un extraño vacío y desamparo ante el teclado.
Estos días nos han vuelto a sacudir un garrotazo. Ha tocado en Niza como podía haber sido en cualquier otro lado. A estas horas debiera darnos igual Niza, París, Madrid, Bagdad o Alepo pero en nuestro cerebro parece que nos duelan más los cercanos, como si los otros fuesen “menos muertos” o importasen menos. Ya poco sorprende el fallido golpe de estado en un país que nos sirve como tapón de pago para tapar nuestras vergüenzas y comprar nuestra conciencia y que al final va a resultar tan democrático como cualquier otro. Erdogan se vale de lo acontecido para afianzar la represión igual que Hollande de la alarma social para prorrogar el “Estado de Excepción” y el recorte de derechos civiles. Al final Churchill tenía razón “La democracia es el menos malo de los gobiernos posibles” porque a estas alturas la democracia se ha transformado en un juego de poderes en el que todo tiene un precio. ¿Que queréis que os diga? Hoy me encuentro solo ante la pantalla en blanco con el alma tocada por un extraño frío espectral a pesar de que fuera sea verano y haga calor.
Hemos llegado a este purgatorio. Nos han traido hasta aquí, pero seguimos creyendo en los que sacan beneficio de nuestra desgracia y nos enfrentan los unos a los otros para arrancarnos lo poco que nos queda valiéndose de las mismas artimañas ancestrales de siempre, la religión y las ideologías trasnochadas. Sorprende ver como cada vez más gente “normal” abraza a personajes que hace unos meses tomábamos como unos descerebrados que nos hacen caer en los engaños más peligrosos de la historia, la religión y la xenofobia. Parece que seamos tontos pero es que es más cómodo creer en quien nos ofrece falsas soluciones que aceptar que el mundo se desmorona ante nuestros ojos sin que hagamos nada.
Esto no va a solucionarse con las recetas del miedo de siempre. No lo hará creyendo que la violencia se erradica con más violencia sin pensar en que la origina. Puede que la solución pase por admitir que nuestro sistema está derrotado y que ha llegado la hora cambiar la concepción de las cosas. Deberíamos admitir que este sistema económico y social ha estado alimentando la desigualdad hasta el punto de que la desesperación extrema (el sentimiento más peligroso que pueda sentir un humano) acampa entre nosotros. Ha llegado el momento de comprender que la NADA de “La Historia Interminable” puede inundar el corazón de quienes de repente ven como lo han perdido todo. Estas personas, presas de la impotencia, son capaces de cualquier cosa sin que en ello tenga nada que ver ningún dios (que de existir, debería sentir vergüenza por repartir tanto dolor). Si nos paramos a pensar, puede que poco tenga que ver el Islam con los que sacan algún provecho del que no encuentra salida en una sociedad degenerada que ni puede, ni quiere solucionar un problema del que es parte. Más bien el origen del problema puede estar en la marginalidad y la exclusión social que, promovida por gobernantes indolentes, nos está llevando poco a poco al límite de la locura. Pero bueno, puede que mi alma hoy esté derrotada y no vea la luz.
Igual lo que apostamos en esta partida de dados cargados contra los “otros terroristas”, los del capitalismo salvaje, es nuestro sentimiento de pertenencia a la humanidad, que al final es lo que nos diferenciará de las máquinas y de las bestias. Y esa partida la estamos perdiendo. Pagamos con la sangre de las víctimas de los atentados, con la injusticia de los desahucios o con la desesperación de quien no puede alimentar a su familia.