Una de las preguntas más habituales que suele hacerse muchas de las personas que se están adentrando en el apasionante mundo de la nutrición, suele ser esta:
¿Por qué hay días que no tengo mucho apetito y en cambio otros siento un hambre voraz?
Hoyvamos a intentar dar respuesta a este interrogante.
Son muchos y muy diversos los factores que determinan esta situación:
Factores fisiológicos: la edad, el sexo, el peso o la actividad física…
Factores psicológicos: el humor, la experiencia previa con un alimento en particular, restricciones dietéticas individuales y desórdenes alimenticios (anorexia, bulimia…)
Factores ambientales: estilo de vida, aspectos culturales y educacionales, el hecho de tener compañía o no durante la comida…
Los factores hormonales o la concentración de glucosa en sangre son otros agentes que pueden influir también en la sensación de apetito.
Como vemos, muchas son las causas y una única la consecuencia: la sensación de hambre.
Algo que, de forma genérica, sucede más o menos cada 3 horas. Sin embargo, hay muchas personas que no atienden a esa ‘señal’ corporal y acostumbran a concentrarlo todo en 3 únicas comidas (desayuno, comida y cena) y pasan intervalos de tiempo demasiado prolongados sin ingerir ningún tipo de alimento. ¡Grave error!
¿Quién la controla las sensaciones?
El nivel de azúcar en sangre o glucemia, es el encargado de enviar esos estímulos y así regular la ingestión de alimentos, por lo tanto el bajo nivel de azúcar en nuestro organismo nos induce a comer. Un ejemplo de esto es la sensación de hambre previa al desayuno.
Es importante señalar que el estomago también es un regulador del apetito, dado que cuando permanece por un largo periodo sin recibir alimentos se contrae. Cuando el estomago se contrae, el deseo de comer se intensifica, mientras que cuando hay alimentos en su interior, la señal llega al centro de saciedad y así, dejamos de comer.
Toda la regulación del apetito se produce en el cerebro, y los diferentes estímulos sensoriales generan un impulso nervioso, que actúan sobre el centro del hambre apareciendo o eliminando el deseo de comer.
Pero puede ocurrir que ciertas lesiones cerebrales en los núcleos del hipotálamo, afecten al centro de la saciedad, y así se descontrola todo el mecanismo, la persona afectada presenta por ejemplo un apetito insaciable de carácter patológico, y por el contrario los estímulos psicológicos que actúan inhibiendo el centro del hambre hacen que la persona caiga en una anorexia nerviosa.
Otros factores que afectan la saciedad
El apetito también se ve influenciado por el clima, ya que en ambientes fríos aumenta el deseo de comer. Esto se debe a que mediante esa ingestión aumentada de comida, tomamos calorías que nos permitirán mantener la temperatura corporal.
Otro recurso que repetidamente se utiliza para reducir el apetito es el tabaco, que demás está decir que es sumamente perjudicial para la salud, dados todos sus efectos nocivos.
Señalemos un caso específico como la diabetes, la sangre presenta un elevado nivel de glucemia, pero ese azúcar no puede entrar en la célula, por acción de la insulina, entonces el centro de saciedad no recibe la información para detener la ingesta de alimentos. Es por ese mecanismo que los enfermos diabéticos presentan abundante apetito, pero cuando la diabetes esta controlada esa sensación de hambre desaparece.
Acostumbramiento
Decíamos antes que el estomago regula el apetito cuando se encuentra vacío generando una contracción y en consecuencia sensación de hambre, ese malestar se mantiene durante varios días, pero pasado ese tiempo las molestias desaparecen, y no se tiene sensación de hambre.
Esta falta de hambre se produce porque nuestro organismo ha comenzado a consumir o utilizar sus reservas de azúcar, y cuando las agota, comienza a degradar las reservas grasas (lipólisis). Como producto de la degradación de las grasas se produce una sustancia llamada cetona la cual suprime el apetito. Es así que la sensación de hambre desparece y se puede sobrevivir cierto tiempo sin ingerir alimentos.
En muchas situaciones las personas toman medicamentos para poder regular el apetito. A estos fármacos se los denomina anorexégenos y ejercen su acción directamente sobre el centro de la saciedad, inhibiendo el apetito. Pero a la vez que desaparece el deseo de comer, provocan varios efectos secundarios puesto que estimulan al sistema nervioso central, aumentando la tensión arterial y la frecuencia cardiaca, incluso generando vómitos, nauseas, insomnio, etc. Debido a las serias consecuencias de estos fármacos, una persona jamás debe automedicarse.
La mejor forma para regular el apetito
La mejor y única forma eficiente de regular el apetito es respetar una dieta equilibrada y balanceada, fraccionada en 5 tomas diarias: desayuno, a media mañana una colación, comida, merienda y cena. De esta forma se regulará correcta y eficientemente el deseo de comer, ayudará a evitar el picoteo de alimentos (snacks) entre horas o la ingesta excesiva en una sola ración, quienes tienen como consecuencia un inevitable sobrepeso u obesidad.
La solución adecuada nunca es dejar de comer. Más bien todo lo contrario; para llevar una dieta equilibrada es fundamental no olvidar ingerir alimentos a media mañana y media tarde. Si no, llegaremos a las comidas principales totalmente descontrolados picoteando todo lo que está a nuestro alcance. Eso sí, la clave está en la elección de esos alimentos: deben proporcionar los nutrientes esenciales, deben ser saciantes, bajos en calorías pero ricos en proteínas y fibras. Resultan especialmente recomendables las piezas de fruta, los cereales, los yogures descremados o desnatados, pequeños bocadillos o tostadas de pan integral con fiambres como jamón o pavo, etc.
Asimismo os recomendamos otros consejos que si bien ya los conocereis, nunca viene mal recordar:
- A la hora de comer mastica despacio los alimentos.
- Jamás te saltes el desayuno e incluye tanto hidratos (cereales, fruta…) como proteinas (lácteos)
- Prioriza la calidad de las calorías frente a la cantidad.
- Bebe un mínimo de 1,5 litros de agua al día.
- Intenta llevar un estilo de vida activo.
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