Revista Infancia

¡ Que se mueran los feos!

Por Dashira

¡Que se mueran los feos!¡Qué se mueran los feos! Gritaba triste y acomplejado cada noche un murciélago cuando llegaba a  su cueva después de haber cazado insectos.

Una tarde colgado boca abajo de la rama de un árbol contemplaba la belleza de un pavo real que se paseaba por el bosque y al compararse con él entre lágrimas gritaba: ¡Que se mueran los feos!¡ Que se mueran los feos!Unos niños que estaban de excursión lo vieron colgado, lo cogieron y le pusieron un cigarro en la boca. El murciélago fumaba y los miraba mientras estos se reían, pero inesperadamente llegó la madre asustada dando voces:_ ¡Suelten ese feo murciélago, da mala suerte! Entonces el murciélago se marchó y se colgó de la rama de otro árbol. Desde ahí  contempló cómo estos excursionistas maravillados con la belleza del pavo real le acariciaban el plumaje azul con reflejos verdes y, el pavo real con gran orgullo les exhibía el extraordinario abanico de varios colores que constituía su cola.En ese momento el murciélago recordó su piel color marrón, su cara y orejas pequeñas y entre sollozos volvió a gritar: ¡Que se mueran los feos! Pero un ruiseñor que lo estaba escuchando se acercó a decirle:_ No te acomplejes de tu físico porque la belleza es una simple sensación del sentido de la vista y, muchas veces puede ser engañosa._ ¡Es que soy muy feo! ¡Me gustaría ser tan hermoso como un pavo real! _ explicó entre sollozos el murciélago._ Ya eres hermoso, simplemente debes mostrarte como eres, aportando al mundo de una manera firme todo el talento y toda la belleza que hay en tu interior_ indicó el ruiseñor.Al escuchar esto el murciélago sonrió felizmente. Y cada noche salía a polinizar las flores del pequeño bosque las cuales producían más néctar que las polinizadas por el día por las abejas y los pájaros. Pasaron unas semanas y una mañana desde su cueva vio que el bosque estaba muy florecido y convencido dijo:_ ¡Yo también soy parte de la belleza de este mundo!Autora: María AbreuEn verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34)  



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