He observado que muchos de los amantes de la moda clásica masculina compartimos gustos o aficiones por otras materias que, en principio, nada tienen que ver con la vestimenta. Generalmente esas materias comunes tienen como pilares principales la Arquitectura, Gastronomía, Motor o Artesanía, como principales fuentes de inspiración y admiración.
Tras esta reflexión he llegado a la conclusión de que existe cierta sensibilidad innata -en determinadas personas- que hace que respondamos de manera diferente ante determinadas manifestaciones creativas relacionadas con los campos antes mencionados.
Es en la primera mitad del siglo XIX cuando surge como contraposición al extremo racionalismo de la época, una corriente eminentemente cultural que antepone los sentimientos como modo de expresión, creación y estilo de vida. El Romanticismo.
¿Somos acaso unos románticos?
¿Cuántas veces hemos dejado de lado la razón para guiarnos con el corazón en muchos ámbitos de nuestra vida? El caballero por el que luchamos en SinAbrochar es aquel que aprende a ser crítico con lo que le rodea y a tomar las decisiones guiado únicamente por su criterio y los sentimientos que ello le transmite, al margen de las habladurías y los mitos.
Por ello considero que el hombre que consigue expresar lo que de verdad siente en una sociedad etiquetada como la que actualmente tenemos puede ser considerado un verdadero rebelde.
Probablemente en lo último que pensamos cuando deseamos comprarnos un deportivo clásico descapotable es en su lado práctico. Y cuando nos decantamos por un tejido 100% algodón de doble cabo e hilatura superfina para nuestra próxima camisa a medida lo último a lo que prestamos atención es quién tendrá que plancharlo. Y así podríamos seguir con decenas de ejemplos en los que queda de manifiesto que en más de una ocasión nos mueve algo más que la razón a la hora de decantarnos por una u otra cosa.
¿En qué pensamos entonces?
Simplemente nos dejamos llevar por esas sensaciones que nos transmiten dichos objetos de deseo: Esa línea curvada y recortada del coche que nos quita el sueño, o ese tacto sedoso del ansiado pañuelo de bolsillo que nos eriza el vello con solo tocarlo. Sensaciones que parten de un conocimiento previo: Aerodinámica, técnicas de tejidos, calidad de materiales…
Ser un verdadero consumidor de sentimientos supone un esfuerzo mayor al monetario, nos exige aprender, compartir y en definitiva cultivarnos antes de dar el paso. Un proceso de investigación y conocimiento durante el cual el verdadero romántico disfruta casi tanto como con la final culminación del acto consumista, la adquisición del producto.
Pero no nos confundamos, esto nada tiene que ver con esa estrategia comercial por parte de algunas marcas de dar cierto valor -ficticio- a sus productos en base a un hábil adorno de sus cualidades y servicios. Mi reflexiones no van en esa línea, sino sobre conocer el verdadero transfondo del producto, cualidades, fabricación, diferencias y todo lo que rodea y forma parte de dicho elemento. Para que, sólo una vez dominada la materia, tengamos la verdadera capacidad de saber si estamos ante un producto ficticio o una verdadera joya. Ya sea en el mundo de la Moda, Relojería, Artesanía, Obras de Arte, Automoción, Gastronomía o Diseño.
Es más, el romántico no sólo se enamora del producto en sí, sino también de su entorno, su presentación y en definitiva todos los detalles, materiales o inmateriales, que forman parte del disfrute adquirido. Por ejemplo, no sólo asistimos a un restaurante en el que la comida es fabulosa, sino porque también cuenta con un diseño afín a nosotros, el servicio de los camareros es cercano y pulcro o porque está situado justo frente a ese emblemático edificio vanguardista icono de la ciudad.
Cierto es que a veces es demasiado estrecha la línea entre lo superfluo y consistente a la hora de valorar cada experiencia. Es más, entra inevitablemente en juego un fuerte componente subjetivo que hace aún más personal cualquier decisión tomada al respecto. Además, cada individuo, en base a su nivel de conocimiento y experiencia, desarrollará una opinión más o menos diferente con respecto a sus compañeros de afición, y es aquí donde la afición comienza a transformarse en pasión y motivado por el ansia de aprender y alcanzar el nivel deseado, la materia puede tornarse en un dos vertientes diametralmente opuestas: La primera, como afición pasional y más o menos intensa. Y la segunda, y más peligrosa, como obsesión más o menos preocupante. Es común que muchas personas coqueteen entre una y otra vertiente de manera constante, por temporadas.
Dicho esto, aprendamos a ser románticos, cultivémonos con nuevas materiales, probemos nuevas aficiones, profundicemos hasta donde nuestro interés nos guíe, porque lo único que podrá pasar es que descubramos que nos interesan más otros temas. Pero todo suma y de todo se aprende.
¡Seguimos con el Lunes!