Las criptomonedas son divisas protegidas por criptografía que se utilizan para comprar, vender o invertir. Son un método de pago en auge, pero también son muy volátiles, ya que su valor depende de cuánto las utilicen los usuarios y del precio de mercado que les asignan. La demanda determina la circulación de las criptomonedas, por lo que, si nadie confía en su funcionamiento o en su beneficio potencial, caen en desuso. No son equivalentes a las divisas fiduciarias, como el euro o el dólar, porque no las emite ni regula un banco central ni las respalda un Gobierno. Eso no significa que sean ilegales: los organismos económicos no tienen competencia para prohibir su uso, e incluso la Unión Europea las considera una forma de pago tan válida como el euro desde 2015. Hay más de 7.000 criptomonedas, pero las más conocidas son bitcoin y ether.
Estas criptodivisas nacieron tras la crisis financiera de 2008 como alternativa a las transacciones bancarias, que requieren verificación, son nominales y a menudo suponen costes adicionales para el usuario en forma de intereses o comisiones. Por el contrario, las criptomonedas son anónimas y son los propios usuarios quienes las intercambian y crean, por lo que no conllevan un gasto extra. En su contra tienen que su anonimato facilita que se usen para acciones delictivas, que las operaciones son irreversibles y que no todas las empresas, individuos o entidades las aceptan como método de pago. Además, la criptografía exige grandes recursos energéticos, por lo que las criptomonedas también son poco sostenibles desde un punto de vista ecológico.
Con las criptomonedas se pueden hacer tres cosas: comprar, vender o crear más criptomonedas. Los usuarios, llamados “mineros”, reciben una cuantía fija de monedas cuando registran y validan un nuevo bloque de transacciones al libro contable virtual, denominado blockchain (‘cadena de bloques’). Para lograrlo, sus ordenadores, llamados “nodos”, deben resolver en un periodo de tiempo los problemas matemáticos que encriptan a las divisas digitales. Cada plataforma determina cuántas se obtienen y cuánto tiempo tienen los usuarios para desencriptar, registrar y validar las transacciones. Este método impide generar criptomonedas de forma fraudulenta y, ante todo, se asegura de que un aumento repentino de la oferta reduzca su valor. Además, la criptografía protege las transacciones y descentraliza el sistema, que está siendo constantemente validado por los usuarios.
Granja de minado de criptomonedas en Islandia. Fuente: WikimediaPor tanto, el sistema se nutre de que los usuarios añadan nuevos bloques a la cadena. Cuantas más transacciones se registran, más complejas son las ecuaciones por descifrar. Esto requiere equipos de gran potencia que necesitan mucha electricidad, por lo que, aunque algunos “mineros” trabajan por su cuenta, lo más frecuente es que conformen pools (‘piscinas’) de nodos para añadir bloques de forma más rápida y barata. Si muchas “piscinas” se juntan, forman las denominadas “granjas”.
Algunos “mineros” trabajan para las “ballenas”, fondos de inversión, empresas e individuos que poseen una gran cantidad de criptomonedas y, en consecuencia, influyen en el mercado. Las “ballenas” acuerdan el precio de las divisas digitales en euros o dólares con los interesados en comprarlas. Este “trading de criptomonedas” las hace muy volátiles, ya que las variaciones están sujetas a la negociación. Por ello, más que divisas las criptomonedas se consideran activos de inversión: los usuarios las adquieren con la esperanza de que en el futuro tengan un elevado precio contable.
La criptomoneda pionera y más famosa es el bitcoin. Su artífice fue Satoshi Nakamoto, posible alias de un personaje desconocido, lo que alienta todo tipo de especulaciones. Nakamoto creó una moneda prevista para que gane valor con el tiempo. Para ello fijó en veintiún millones la cantidad máxima de bitcoins que se pueden poner en circulación. Cuando los “mineros” alcancen esa cifra, ya no podrán producir más y esta escasez elevará el precio de la divisa en el mercado. Ahora hay algo más de diecinueve millones de bitcoins en circulación y aumentan todos los días: por cada bloque que se “mina” en máximo diez minutos, se reciben 12,5 bitcoins.
Por qué el bitcoin no va a sustituir al dinero ni es una inversión segura
¿Qué son las criptomonedas? fue publicado en El Orden Mundial - EOM.