Esta semana ha sido publicado en EL PAÍS un reportaje que Carlo Pardial grabó para la web Playground sobre los swaggers, una nueva tribu urbana que se desenvuelve en los alrededores de las Apple store de la ciudad condal desde hace algún tiempo, que si bien no despeja todas las incógnitas sobre este fenómeno, supone un buen acercamiento introductorio acerca del funcionamiento básico de este grupo. Dado el interés que ha suscitado esta cuestión, que sin ser novedosa –los casos de alcoholismo juvenil o los programas como Mujeres y Hombres y Viceversa indicaban formas similares de comportamiento– encuentra en los jóvenes de Barna un exponente máximo de expresión, me he propuesto llevar a cabo un intento personal de análisis en torno a un tema que siempre ha despertado mi curiosidad en cuanto que afecta a mi propia generación y las soluciones que hallemos entre todos tienen un público potencial bastante amplio.
En castellano, el swag vendría a significar “la esencia”, concepto que la RAE define en como “Lo más importante y característico de una cosa (segunda acepción)”. De hecho, es posible utilizar ambos términos indistintamente, aunque la primera fórmula recoge mejor el contenido material dado que introduce un matiz interesante e importante desde el punto de vista de la comprensión: el swag tiene que ver con una forma determinada de interacción con la sociedad o, si se prefiere, con una manifestación esencial tasada.
En inglés existe incluso un verbo, to swag, que se refiere a una forma tan específica como abstracta de actuar y podría ser (aproximadamente) definida como “moverse con flow”. Esto, que podría parecer un dato más, acaba resultando de un tremendo interés para comprender mejor el tema que tratamos, porque “flow”, en nuestra lengua “flujo”, hace referencia a dos conceptos procedentes de disciplinas en principio desconectadas entre sí, pero que vistas en conjunto nos regalan una visión panorámica en integral de la cuestión.
De un lado, el rap: según Wikipedia, “[el] flow (“corriente”) se genera cuando la métrica y énfasis de la lírica se adapta perfectamente al ritmo. (…) puede determinar la habilidad, credibilidad, y/o experiencia…”; de otro lado, la psicología: de nuevo según Wikipedia, “[El flujo] Se caracteriza por un sentimiento de enfocar la energía, de total implicación con la tarea, y de éxito en la realización de la actividad. Esta sensación se experimenta mientras la actividad está en curso”. Cabe destacar de esta segunda definición, que la religión budista, por ejemplo, ha explorado el concepto.
Si fusionamos ambas concepciones obtenemos que el swag convierte la forma de ser de quienes se consideran swaggers en un fin en sí mismo. Por ello, se da en este sector de la juventud el máximo nivel de concentración –y preocupación– al momento de preparar su imagen. Ésta ha dejado de ser un medio a través del cual uno mostraba su “esencia” al mundo e interactuaba con él. Creo que esa es la auténtica espiritualidad del movimiento, ser uno mismo, y sólo así se entiende que un vídeo muestre chicos y chicas que acuden a determinado lugar para estar, y nada más, o la guerra narcisista por la fama que encumbra a aquellos que consiguen más de cinco millares de “likes” en las redes sociales, o el hecho de que un DJ que podría hacerse pasar por oriundo de Albacete, ciudad capital, se convierta en un inmigrante latino en horario de oficina.
Siendo así, es comprensible que uno se extrañe ante las críticas que sufren habitualmente, si en apariencia son sólo unos chicos que quedan para vivir la vida a su manera, sin perturbar el orden público ni ofender a ningún otro ciudadano. De hecho, es más que comprensible que la segunda parte del documental se titule “Dejad de una vez de insultar a los swaggers”. Sin embargo, hay razones para rechazar una forma de entender la vida como la que articula el movimiento swagger, y en este artículo pretendo exponerlas.
Existe un punto conflictivo, que al parecer nadie ha tenido a bien explorar, en relación al funcionamiento de la sociedad democrática. Existe una norma básica, hecha famosa por el tío de Spiderman, que hace referencia a la responsabilidad que implica el poder. Y en tanto en cuanto somos ciudadanos, todos tenemos un trocito de poder, y por ende, un trocito de la responsabilidad del funcionamiento del Estado.
Renunciar a ejercer el poder es, como mínimo, una irresponsabilidad, y está en el ADN de este tipo de tribus urbanas que simplemente optan por pasar, por vivir y dejar vivir. Si acaso, cabe esperar una mínima noción de Justicia, que si bien puede acercarse a los principios generales que orientan a la moderna sociedad española, se convierte en una serie de sentimiento vacío dado su escaso interés, en términos generales, en los elementos materiales de trasformación social como los partidos políticos, los sindicatos o cualquier asociación ciudadana. Desde el punto de vista de un ciudadano implicad estas prácticas no pueden sino suscitar una crítica seria y severa de las mismas.
Sin embargo, esto no debe entenderse como una crítica clasista a sus formas de vida; en realidad es justo lo contrario. Uno desearía que las capas menos favorecidas por el sistema, cuyos integrantes son las víctimas potenciales y más habituales de la exclusión, se involucren y tomen conciencia acerca de la situación política y económica, o los principales postulados filosóficos que nos permiten construir un Estado social y garantista del que son el principal público objetivo.