Nuestros antepasados cazadores-recolectores, que vivían antes de la introducción de la agricultura, pocas veces se veían afectados por las enfermedades crónicas que en la actualidad afectan masivamente a las poblaciones:
- diabetes
- hipertensión
- caries
- arteriosclerosis (arterias rígidas y obstruidas)
- obesidad
- determinados cánceres (pulmón, colon, mama...)
- problemas psíquicos varios: hiperactividad, autismo, depresión, etc.
Esta salud de hierro la debían a su modo de vida y, sobre todo, a la alimentación.
Sencillamente, no consumían ninguno de los productos básicos de la alimentación moderna: productos industriales a base de cereales (pan, pasta, bollería), golosinas, bebidas azucaradas, productos lácteos en grandes cantidades (sin tener en cuenta todos los estudios recientes sobre la leche y el cáncer, los problemas digestivos así como las enfermedades del esqueleto, las alergias y las enfermedades autoinmunes, como la diabetes de tipo 1).
Entonces, ¿qué comían?
La alimentación de los cazadores-recolectores:
Nuestros antepasados se alimentaban de verdura, fruta, nueces, determinadas hojas, flores, raíces y semillas que encontraban en la naturaleza, así como de pescado, crustáceos y carne de caza, según las zonas donde vivían.
Cuanto más cerca estaban del ecuador terrestre, más rica era su dieta en productos vegetales. Aquellos que vivían en las regiones frías y montañosas se alimentaban esencialmente de la caza, con el caso extremo de los inuits (esquimales) cuya alimentación, pero también el modo de vida (ropa, herramientas, materiales de construcción), procedían de la caza de focas y de la pesca.
La otra cara de la moneda:
En este estadio, para nosotros, las personas del siglo XXI, es fácil imaginar una vida idílica en la que pizzas, patatas fritas y lasañas congeladas serían sustituidas por generosos platos de pescado salvaje asado, amenizado con ensaladas frescas de aguacate, brotes de espinaca y otras hortalizas de hoja, y seguido de una buena macedonia fresca de fruta variada.
Pero claro está que la diversidad de los vergeles, de las huertas y, sobre todo, de los estantes de los supermercados de hoy, no existía ni de lejos en esa época.
Si, por ejemplo, usted fuera un cazador-recolector de la Europa occidental en esa época, la única fruta para consumir que tendría a su disposición sería la grosella y la uva espina. Por supuesto, la grosella no se presentaba en un bote de mermelada o de jalea de color rojo. Sería la grosella de los arbustos, sin azúcar, con muchas pepitas y gran acidez.
¿Y las manzanas y las peras? Sólo estaban en el Cáucaso, una región montañosa a 4.000 kilómetros hacia el este.
¿Y la uva, las cerezas, las ciruelas? Había que acercarse a Mesopotamia.
¿Y las fresas? Sólo crecían en Estados Unidos y Argentina, al otro lado del Atlántico.
¿Y las frambuesas y las moras? También en Estados Unidos.
En cuanto al limón, la naranja, el pomelo y el plátano, ni pensarlo; había que ir al sudeste asiático, un destino que todavía en la actualidad, en la era del Aribus 380, sigue siendo un viaje interminable...
¿Y qué pasa con las verduras?
En la Europa occidental no crecían en estado natural más que coles, zanahorias, habas y nabos.
Los tomates, las judías y las calabazas, que imaginamos con tanta facilidad en los huertos medievales, no llegaron a Europa hasta el siglo XVI, después de que Cristóbal Colón desembarcara en América, y la patata no lo hizo hasta el siglo XVIII.
La cebolla, las espinacas, la remolacha, los espárragos, el apio, los guisantes, la lechuga y el rábano sólo crecían Oriente Medio.
La berenjena y el pepino sólo existían en la India.
En otras palabras, en las cocinas de la época de los cazadores-recolectores hacía falta una imaginación increíble para llegar a componer sopas de verduras y, además, no había apenas ingredientes con los que aderezarlas.
Moraleja:
Está muy bien, incluso es excelente, inspirarse al máximo en la dieta de los antiguos cazadores-recolectores para vivir sanamente y aportar al organismo una alimentación adaptada a sus necesidades. Pero alegrémonos (y mucho) de vivir en una época en la que podemos variar con tanta facilidad los placeres de la alimentación.
Y aprovechemos la extraordinaria diversidad de verduras y frutas que encontramos hoy en día en las tiendas, o que podemos cultivar en los huertos, para jugar con toda la gama de sabores y texturas que nos estimulan las papilas gustativas y aportan tantos buenos nutrientes al organismo.
¡A tu salud!
Fuente: Juan-M. Dupuis.
C. Marco