En los ochenta, cuando caía la tarde y las familias se reunían en torno a la caja tonta, no recuerdo qué día de la semana (me parece que los viernes), en mi casa se veía Tenderete. Fernando Díaz Cutillas conducía aquel programa clave en la canariedad, en los tiempos de los arranques autonómicos y entre las isas y folías a voz en grito. Pero lo que a mi me interesaba de aquel espacio, y sobremanera, no era el folclore (que ni bien ni mal, ni mucho ni poco) era su… cabecera.
Supongo que ya espoleado por lo audiovisual, me quedaba como un tonto pendiente de los acordes de los Sabandeños para ver una cabecera magnífica realizada por TVE en Canarias en la que en un momento determinado unas manos dejaban caer unos granitos de sal sobre un tomate, al lado de un vaso de vino (o de ron). El resto del Tenderete no me interesaba lo más mínimo. Aquel plano, de dos o tres segundos, me transportaba a reuniones (tenderetes al fin) con amigos en los que se compartía un humilde tomate, unos chochos, unas chuchangas, una jarea seca, un buen vino de la tierra, o quizás una cabrilla de gofio, un trocito de tocino, pinchos de tollos o un pulpito guisado. Gloria bendita.
Por los rejos del destino trabajé durante tiempo en el “audiovisual”, y en él me lo he pasado bien. Y también por los rejos del destino he intentado repetir aquel momentito “gastronómico televisivo” allí donde he ido. Disfrutando en todas las ocasiones, hasta no se sabe dónde, de un plato compartido, de media botella de vino entre amigos, de “pinchar” todos en el mismo plato, de secarme los labios con una servilleta entre sonrisa y sonrisa, y de descubrir cuáles eran los tomates y los tollos propios de los sitios que visitaba.
A comienzos de este mayo tuve la suerte de volver a hacerlo. Nos fuimos a La Mancha, a Cuenca (y también a Teruel y a Soria) a probar, a compartir, a brindar y a disfrutar de la comida y la bebida (la vida son dos días). Las personas que me guiarían por los fogones de Cuenca no pudieron acompañarnos por motivos laborales, pero a través del whatsapp nos iban indicando dónde y qué teniamos que visitar y pedir.
Foto: JC Díaz
Y, créanme, “qué tenderete se armó” cuando empezaron a traer platos con morteruelo, ajoarriero, huevos fritos al estilo “la ponderosa“, setas, queso manchego (del de verdad), vino de Uclés… fui feliz, y brindé por los amigos, por los que estaban allí conmigo y por los que no pudieron ir (y hasta por los enemigos), y por aquellos cinco segundos de televisión que me han inducido a esto.
Pd. Gracias Susana y Jesús, sin la guía en la distancia todo habría sido distinto.