En los cursos de formación GTD® oficial explicamos que intentar gestionar recordatorios con nuestra mente es una mala práctica porque, además de generar estrés, funciona realmente mal.
Los estudios iniciales en ciencia cognitiva sobre el tema afirmaban que la memoria a corto plazo es capaz de recordar simultáneamente 7±2 elementos.
Los experimentos más recientes y precisos han reducido esta cifra a un máximo de 4.
Si piensas un momento sobre esto, parece tener sentido desde un punto de vista evolutivo porque, ¿cuántas cosas necesitaban recordar simultáneamente nuestros antepasados?
Entendiendo esta limitación de la memoria a corto plazo, queda claro por qué la buena práctica es externalizar la gestión de los recordatorios, construyendo para ello lo que se conoce como una «mente extendida».
Eso sí, para que realmente funcione, esa «mente extendida» tiene que ser fiable. Y para poder ser fiable tiene que contener un inventario completo y actualizado de todos nuestros recordatorios, que además tienen que ser accionables.
Llegados a este punto, es habitual que alguna de las personas participantes en la formación haga notar su preocupación por lo que puede entenderse como una recomendación para «dejar de usar la memoria».
Nada más lejos de la realidad.
Esta mala interpretación de nuestra recomendación es lógica hasta cierto punto, porque la mayoría de la gente entiende que la memoria solo sirve para una única cosa, cuando en realidad sirve para dos, aunque una de ellas la haga francamente mal.
La memoria sirve para recordar y también sirve para recordarte.
En español, la línea divisoria entre ambos conceptos es difusa, casi inexistente. En inglés, por el contrario, la diferencia está mucho más clara: remember y remind.
En línea con estos dos posibles usos de la memoria, tenemos también dos posibles tipos de contenidos: recuerdos y recordatorios.
La diferencia entre un recuerdo y un recordatorio es que con un recuerdo no hay necesidad de hacer nada y con un recordatorio sí hay necesidad de hacer algo.
La consecuencia de lo anterior es que olvidar un recuerdo carece de consecuencias, mientras que olvidar un recordatorio sí tiene consecuencias.
Y es precisamente por estas consecuencias por lo que usar la mente para gestionar recordatorios genera estrés.
Sin embargo, ejercitar la memoria es algo fantástico y hay un buen número de estudios que lo correlacionan con diversos beneficios físicos y mentales.
¿No es esto una contradicción?
Obviamente no. Hay múltiples formas fantásticas de ejercitar la memoria y tan solo hay una pésima forma de hacerlo: intentar gestionar recordatorios.
El problema es que —por mucho que ejercites tu memoria en gestionar recordatorios— la mejora que alcances será marginal y pronto «tocarás fondo».
Por más que puedas recurrir a reglas mnemotécnicas, la mejora de la memoria a corto plazo está limitada fisiológicamente.
De hecho, no es tanto la falta de capacidad —entendida como «espacio de almacenamiento»— como la incapacidad para gestionar adecuadamente los recordatorios.
En realidad, a tu mente no se le olvida que tiene que recordarte algo. Eso lo suele tener claro. El problema real es que es incapaz de detectar cuál es el momento oportuno para recordártelo.
En consecuencia, en lugar de recordártelo cuando a ti te sería útil que lo hiciera, lo que hace es recordártelo cada cierto tiempo, de manera completamente aleatoria.
Seguro que ya has comprobado alguna vez que, cuando tu mente te recuerda algo, rara vez suele ser el momento idóneo para que lo hagas.
Por eso recordar recordatorios es una mala práctica. Porque además de no aportar ningún valor —ni físico, ni emocional— es una práctica muy poco eficiente y que conlleva un alto potencial estresante.
Por el contrario, recordar recuerdos —sobre cosas que te gustan, te interesan, te divierten, te resultan agradables, llamativas, sorprendentes o lo que sea— es una práctica estupenda.
Hay montones de cosas que puedes recordar sin que hacerlo tenga consecuencias negativas para ti.
Puedes recordar experiencias, aprendizajes o emociones, al igual que puedes recordar lugares, sabores o melodías.
Mi hija Marta, por ejemplo, se sabe a la perfección el musical Hamilton —ritmo y entonación incluidos— simplemente porque le encantan los musicales y este, en concreto, es su favorito.
Así que, si quieres ejercitar tu memoria, hazlo con cosas que te aporten valor.
Y para aquello de lo que necesitas acordarte, en lugar de tu memoria, usa una mente extendida. Te evitarás estrés y vivirás más feliz.