Revista Viajes

Qué ver en Gerona, ciudad de ríos y puentes

Por Mundoturistico

Llegamos a la ciudad de Gerona en autobús. La estación está pegada a la del tren, al suroeste. Salimos caminando hacia el norte, siguiendo las vías, y en seguida remontamos a la derecha para, casi sin darnos cuenta, entrar de lleno en el centro, en la plaza donde se yergue el viejo Hospital de Santa Catalina, monumental edificio barroco que, rehabilitado con añadidos muy actuales, es hoy sede de la Generalitat catalana; enfrente, la Casa de Cultura ocupa el antiguo Hospicio, de noble portada. Unos pasos más arriba, nos encontramos ya con el río Oña, que corre de sur a norte y divide el núcleo urbano.

Estamos en la Plaza de Cataluña, levantada por encima del cauce fluvial, un rectángulo arenoso y verde que sirve de transición entre las dos partes de la ciudad. Al otro lado entramos ya en el Barri Vell, el casco antiguo, encerrado entre el río y las murallas, que lo cercan por el este, un compendio en piedra de historia y arte. Nos recibe el Puente de Piedra, isabelino y decimonónico, con la oficina de turismo al pie. Aquí comienza la arteria principal, la emblemática Rambla de La Libertad, un paseo comercial donde los arcos de soportal medievales, amplios y característicos, alternan con interesantes edificios de factura posterior. Nos desviamos un poco a la derecha, hasta la Plaza del Vino, con el Ayuntamiento a mano y su escondido Teatro Municipal, para perdernos por las callejuelas que suben a la cercana Plaza del Aceite, tan acogedoras como sorprendentes, volver al paseo y asomarnos al Puente de Hierro (el de las viejas pescaderías), una pasarela roja y eiffeliana que sirve de mirador de las famosas Casas del Oñar.

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Conforman estas una hilera de variopintos edificios habitados y colgados sobre la orilla derecha del río y pintados de diferentes y vivos colores, una visión veneciana sin góndolas ni palacios que representa la postal de la ciudad sobre el agua y algunos monumentos de fondo. Pero, al igual que ocurre con los amarillos de Van Gogh, el color de esas fachadas está cada vez más sucio y apagado, una pena, así que no les vendría nada mal, como cantaba Serrat, una mano de pintura.

Pasamos el Puente de San Agustín, desde el que se obtiene quizá la mejor perspectiva de las Casas, luego la Casa Massó y el Puente de Gómez, ya de hormigón, y alcanzamos el Puente de San Félix, el más moderno y de acero. Junto a él, en un rincón de la plaza bajo la basílica homónima, está la escultura gótica de La Leona, que trepa por un alto pedestal y reta en verso al viajero a un extraño rito ancestral no muy higiénico: Quien besa el culo de la leona / vuelve a Gerona. Un pedestal al efecto favorece la maniobra y podemos dar fe de que el felino no adolece, ni mucho menos, de su buena ración diaria de ósculos anales. Cosas veredes, Sancho. Más allá del viaducto y del último puente que cierra el centro, el Oña vierte sus aguas en el ríoTer, que baja del Pirineo en busca del Mediterráneo.

En sus orillas hay zonas verdes, con instalaciones culturales, deportivas y de recreo, como el enorme Parque de la Dehesa que se extiende a nuestra izquierda hasta la desembocadura del río Güell. Subimos a la citada Basílica de Sant Feliu, blanca y gótica, de llamativo campanario, para acceder luego a la Catedral de Santa María, románica en su claustro, gótica en su nave inmensa y barroca en su portada, con su escalinata admirable y el anexo Palacio Episcopal, hoy Museo de Arte. Bajamos hacia el comienzo de las Murallas, donde se pueden visitar los Baños Árabes, románicos de construcción ya cristiana, y el colosal conjunto de capilla y convento de San Pedro de Galligants, donde muere el río de su nombre.

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Ahora hay que tomar fuerzas para encarar la subida a la muralla y darse un paseo por todo lo alto. Lo hacemos por el llamado Paseo Arqueológico, hasta los Jardines de los Alemanes y el campus universitario, para bajar de nuevo y adentrarnos en el Call, el barrio judío, de larga y triste historia en la ciudad, una de las juderías mejor conservadas, laberinto de callejuelas, rincones, arcos, pasadizos, escaleras, placitas y casas recogidas que culmina en el Museo de la Historia de los Judíos, edificio que se supone su antigua Sinagoga.

Cruzamos por fin el río, dejando la zona vieja y entrando en la Plaza de la Independencia, punto neurálgico de encuentro en pleno centro, limitada por señoriales edificios porticados y con gran ambiente de terrazas y restaurantes. Recorriendo esta zona más moderna, nos encontramos con calles comerciales y con algunas plazas muy concurridas. En la de Santa Susana, nos sorprende un original Museo del Cine, con una fachada luminosa y muy atractiva para los cinéfilos y una tienda de recuerdos del llamado séptimo arte, donde se puede ver una muestra interesante de maquinaria, material fílmico y carteles de películas. Y, en la vecina de Josep Pla, una escultura de grandes libros en inestable equilibrio que representa un homenaje al escritor ampurdanés y a la creación literaria en general.

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Girona, encrucijada de caminos entre la costa y el interior, es una ciudad comercial y acogedora, verde y habitable, con alta calidad de vida y magníficos servicios. Su centro histórico es pequeño y se puede visitar a pie. Todo está a mano. Hay que saborear despacio el encanto de sus calles, plazas, parques, rincones, monumentos, tiendas, librerías, bares y demás. Fácil e inolvidable. Compruébalo por ti mismo.


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