En el corazón de la provincia de Jaén, más unidas que separadas, levantadas sobre los cerros de la Loma que miran a la vega del Guadalquivir, se hermanan dos ciudades históricas y monumentales: Baeza y Úbeda. Ambas comparten un conjunto único de historia y arte en el que prevalecen las mejores muestras de la arquitectura renacentista. Los avatares de la Reconquista, el mar de plata de sus extensos olivares, el lujo ferroviario del Al-Ándalus y sus enjundiosas tapas de la “ligá”, la hora punta de los bares, unen también a estas dos vecinas jiennenses que han sido declaradas patrimonio de la Humanidad.
Y que constituyen, desde su estratégica altura, verdaderos miradores panorámicos hacia las montañas circundantes y la vega: al norte, Despeñaperros; al este, la sierra de Cazorla; al oeste, la de Andújar; y al sur, la sierra Mágina, que cierra el cercano paraje del Alto Guadalquivir, valle fluvial a los pies de ambas localidades.
Baeza: un paseo por su historia y cultura
Aquí estuvo prisionero Jorge Manrique, soldado y poeta y, varios siglos más tarde, otro gran escritor, Antonio Machado, compaginó durante algunos cursos su fructífero trabajo creativo con una cátedra de Instituto. Estamos al pie de la muralla, en el largo paseo que cuelga sobre el valle y que lleva su nombre. Entramos al casco histórico por la Puerta de Baeza, que traspasa en arco punteado el muro y enlaza con el sólido Torreón defensivo de paredes cuadradas. Bajamos directamente a la plaza de España, pasando algunos edificios de gran porte entre los que destaca, ya en la esquina de la plaza, la Torre de los Aliatares, uno de los pocos restos de la vieja muralla árabe, torreón cuadrangular de grandes dimensiones en el que llaman la atención las características almenas y el reloj de la fachada.
La calle de la derecha es una muestra de varios palacetes, iglesias y casonas nobles. De frente, a poca distancia pasando el Mercado, topamos con el Convento de San Francisco, cuyo estado ruinoso aún permite vislumbrar lo que fue un monumental complejo de convento, claustro y capilla, en la que ahora se abre una pequeña exposición de libre acceso. Volviendo a la plaza, tomamos a la derecha el Paseo de la Constitución, romántico en su fuente-obelisco y jardín, una plaza alargada donde destacan los magníficos soportales, antiguo centro de mercado y fiesta; en el lateral izquierdo, el bello edificio renacentista de la Alhóndiga, todo pórtico, columnas y arquería, el corazón administrativo de la antigua riqueza cereal (a su espalda, en la calle trasera, se levanta la sede del viejo Pósito, donde se almacenaba del grano, otro bella muestra del Renacimiento andaluz); en el derecho, el Balcón del Concejo, noble construcción que fue casa consistorial.
Porque el Ayuntamiento actual está hoy en la calle de atrás, ubicado en un coqueto caserón que sirvió de antigua cárcel y exhibe sus pilastras, balcones y escudos con una profusa decoración plateresca. Al final, se abre la también plateresca plaza del Pópulo, con una Fuente escultural y otra puerta con torre de la muralla. A su lado, cerrándola por arriba, está la Casa del Pópulo, antigua sede de la Audiencia local hoy reconvertida en oficina de turismo, un despliegue de escudos, gárgolas y medallones.
Subiendo unas pequeñas escaleras, la calle de atrás nos lleva, por la izquierda a un objetivo esperado: tras pasar una vieja capilla, nos reciben las puertas abiertas del IES Santísima Trinidad, bello edificio manierista donde podemos visitar, a la derecha del amplio patio interior, el aula donde dio clases de francés Antonio Machado, ahora pequeño museo, con su mobiliario y sus libros, fotos y documentos de la época, su aire decadente y al mismo tiempo vivo, como si el gran poeta fuese a entrar de un momento a otro entre el murmullo de los actuales alumnos que por aquí pululan. Está a la entrada de una placita, pegada a la vieja Universidad, hoy museo, de la que es continuadora.
Es la plaza de Santa Cruz, con su Capilla homónima, bella muestra de románico tardío, y la sede local de la Universidad Internacional de Andalucía, que imparte estudios postuniversitarios, ubicada en el impresionante Palacio de Jabalquinto, renacentista con elementos barrocos, del que solo nos permiten disfrutar el estupendo claustro. Al igual que en su sede vecina, el viejo Seminario, que mira a la plaza de la Catedral, presidida por la Fuente de Santa María. El imponente conjunto catedralicio, de iglesia y museo, construido sobre las ruinas de antiguos templos, muestra una gran riqueza arquitectónica: rosetón gótico, renacentista la fachada principal y retablo barroco. Pegados a él, aún se conservan los consistorios más antiguos del viejo concejo baezano.
Tanto intramuros como fuera, otros palacios, casas, iglesias, conventos, ruinas históricas y monumentos varios jalonan el caserío. Pero nuestro recorrido va a terminar aquí, bajando al paseo donde hemos comenzado, no sin antes acercarnos al Cerro del Alcázar, punto de nacimiento de la ciudad y lugar donde se hallaba el inexpugnable castillo-fortaleza árabe, que hoy se muestra como mirador y parque arqueológico. Un monumento a Machado se levanta allí sobre el paseo de su nombre, también conocido como Paseo de las Murallas. Por él regresamos al punto de partida. La panorámica a nuestra derecha es espectacular: al fondo, las sierras del sur; a nuestros pies, muy abajo, las tierras de labor; en medio, ocupándolo todo, la extensísima llanura olivarera. Nos despiden los versos del poeta: ¡Campo de Baeza, soñaré contigo cuando no te vea!
Úbeda: qué ver en la tierra de Sabina
Dos leguas separan la colina baezana del intramuros de Úbeda. En pocos minutos, entramos en un museo abierto de arte y piedra, monumentales calles, plazas y edificios varados en el tiempo. Estamos en los Reales Alcázares, basílica de porte catedralicio que fue mezquita del derruido castillo musulmán y ha ido incorporando todos los estilos a lo largo del tiempo, destacando sus espléndidas fachadas y su claustro imponente. Aquí nos orientan sobre la ciudad y, mapa en mano, improvisamos un aprovechado paseo de plaza en plaza. Dejando a la derecha un palacete medieval torreado, entramos a la plaza Vázquez Molina, uno de los mayores conjuntos renacentistas de toda España. Giramos por la esquina del Pósito, sólido caserón de piedra que hoy es sede de la policía. Toda la plaza-calle es un verdadero canto a la piedra y al Renacimiento.
De frente, la mole rectangular del Parador de Turismo, un restaurado palacio renacentista que destaca por su patio de finas columnas en arco y su alargada fachada, donde vemos ya los típicos ventanales esquinados. En el jardín central de la plaza, se agradece el frescor de una esbelta Fuente octogonal de inspiración italiana. Saliendo hacia el cercano paseo circular de la muralla, con vistas a la vega, aún destacan dos edificios más.
Es el principal la Capilla del Salvador, pequeña iglesia funeraria, una joya plateresca con torre única extrañamente rematada en redondo, donde destaca por encima de todo su profusa decoración escultural, que alterna la mitología clásica con la cristiana y potencia la figura humana: cariátides, atlantes, dioses, cristos y demás. Su impresionante fachada, labrada de escudos, escenas y arcos, y dotada de una especial luminosidad dorada, compite con un interior de magistral retablo restaurado y sacristía de diseño y decoración excepcionales. A su lado, el caserón renacentista del Hospital de Viejos, antigua casa de beneficencia, es hoy un centro de actividad cultural.
Volviendo atrás, nos metemos calle arriba bordeando el parador y alcanzamos la plaza del 1º de Mayo, plaza del Mercado. En el mismo centro del cuadrado, nos recibe el monumento levantado en homenaje a San Juan de la Cruz. El monje carmelita y gran poeta místico, que murió aquí y se le rinde homenaje en un museo cercano, aparece esculpido en blanquísimo mármol, de pie en actitud orante sobre una sólida peana de piedra escoltada por dos ángeles. En la esquina suroeste de la plaza, justo enfrente, se levanta el edificio del Ayuntamiento viejo, clásico también en sus galerías de columnas y arcadas. En el ángulo correspondiente superior, la encantadora iglesia de San Pablo, una de las de mayor solera de la ciudad, presume de románica, gótica y renacentista en sus fachadas, junto a su torre, su fuente, sus relieves ornamentales y sus capillas interiores. Subiendo por la calle de la izquierda, entramos a la llamada Sinagoga del Agua, un edificio que encierra cierta polémica porque no está asegurada su acreditación como tal centro judaico. Sea como sea, la visita no deja indiferente, por el aire de ocultismo que se respira en su interior, por su propio diseño constructivo y por algunos elementos interesantes.
Descubierta casualmente hace unos años durante unas obras, encierra unas pequeñas dependencias subterráneas donde se hallaron ciertas estructuras solapadas y algunos restos que llamaron la atención de sus descubridores, todo ello c como disimulado, integrado en los cimientos de la vivienda existente, ahora derruida, y con caracteres relacionados con el judaísmo, lo cual hizo pensar en un refugio de vida y culto hebreos concebido para protegerse de la persecución religiosa imperante en España durante mucho tiempo. Elementos como la apariencia de vivienda-sótano, sala ceremonial porticada y dividida, columnas rematadas con siete hojas (el número de brazos del candelabro hebreo), galería camuflada, baño de aspecto ritual, bodega de subsistencia, grandes tinajas enterradas, varios pozos y otros pequeños hallazgos, todo ello ha inducido a pensar en un refugio secreto de rito sefardí. Lo sea o no, el tiempo y los expertos lo acabarán aclarando. Saliendo de la calle, subimos la calle vecina para alcanzar la línea norteña de la vieja muralla. Allí, dando ya a La Corredera exterior, se levanta la Torre medieval de las Arcas, conocida como Torre Octogonal por su forma de ocho lados, alta, maciza y unida por fuera a los muros de la medina como solución táctica a su antiguo papel defensivo.
Bajando por la misma calle de subida acabamos directamente en la plaza del Ayuntamiento actual, un edificio renacentista de corte florentino que fue primero mansión noble, luego convento y, desde hace siglo y medio acoge la sede consistorial. Impresionante su fachada principal y no menos su amplio patio interior de fuente central y finas galerías porticadas, es conocido como el Palacio de las Cadenas. Y detrás de él, en fin, está la plaza Vázquez de Molina, que ahora cruzamos hacia abajo, pasando la Cárcel del Obispo, actual Juzgado, y volviendo al punto de partida en la plaza de los Alcázares. Fin del paseo.
Y de Sabina, ¿qué? Pues sí, con él nos despedimos. El pirata Joaquín es el ubetense más popular de los últimos tiempos (el narrador Muñoz Molina lo acompaña, en una esfera más reducida) y, no faltaría más, cuenta con dos referencias concretas en la ciudad. La primera en la ya citada plaza del Mercado, donde se ha colocado una placa de azulejo con su inconfundible silueta de bombín y una dedicatoria de recuerdo en la fachada de lo que fue su residencia familiar. La segunda, no muy lejos de allí, en la calle Real, es la taberna “Calle Melancolía”, un verdadero bar-museo repleto de fotos, discos, guitarras, objetos y recuerdos del famoso músico, con vocación de homenaje y de punto de encuentro de sus múltiples seguidores que intentan buscar su huella por la ciudad. Como ahora la encontramos nosotros, claro, aunque él ya se haya mudado hace años al barrio de la alegría.
La visita a Úbeda y Baeza fue una de las que hicimos en un viaje a la costa malagueña (visitando su capital y localidadades como Nerja y su cueva) y también algunos puntos de interior, como Frigiliana y Cómpeta. Por tanto, es ideal incluirlas en una ruta por el sur cargada de naturaleza, historia, cultura y un montón de cosas interesantes.