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How Green Was My Valley, conocido en castellano como ¡Qué verde era mi valle! es un drama costumbrista dirigida por el estadounidense John Ford, y resultó la gran triunfadora del año 1941 en los Óscar, al obtener cinco estatuillas. La ganadora del Oscar vencio a la mítica "Ciudadano Kane" (Citizen Kane), fue este magistral melodrama que narra la vida de una familia minera de Gales, vista bajo los ojos de Huw Morgan, su miembro más joven. Un bello canto a los valores familiares que arrancó el alma del best-seller de Richard Llewellyn.
Argumento y Comentarios
El propio título y los primeros planos aparecidos junto a una voz en off, ya nos indican que se trata de una película de claro tono nostálgico. No está ambientada en el Monument Valley y sus protagonistas no son John Wayne ni Henry Fonda, pero “¡Qué verde era mi valle!” responde a las mismas características y al mundo personal del resto de la filmografía de John Ford. Con una alegoría de gran belleza, nos presenta el verdor del valle como reflejo del amor sincero y de la unión familiar de entonces… frente a la negrura del carbón, imagen de la pobreza interior que el director vislumbra en una sociedad que se va diluyendo en la búsqueda del bienestar material y la riqueza.
La pelicula comienza con los recuerdos de Huw Morgan (Roddy McDowall) de sus años de infancia, cuando su valle de Gales era aún verde, cuando su familia permanecía unida. Lo hace de un modo sencillo y profundamente agradecido a la figura de su padre, “que no me enseñó ninguna cosa inútil”, añorando aquellos momentos en que todos se reunían en torno a la mesa.
Ante todo, es un homenaje a la familia de su querida Irlanda, numerosa y de espíritu cristiano: en todos los personajes se respira verdadero cariño, sentido de servicio y un gran respeto a la autoridad del padre. Mientras la hija mayor ayuda a su madre, los cuatro hermanos trabajan en la mina junto al cabeza de familia para llevar a casa el jornal necesario para el sustento. Son felices aun en condiciones materiales precarias… y eso se ve en sus rostros, en sus bromas, en la convivencia familiar. Solo el abuso del patrón de la mina resquebrajará por momentos esa unidad, cuando dos de los hijos se nieguen, en conciencia, a seguir los dictados del padre: se suman a la huelga y se van de casa, mientras todos sufren esa ruptura como si de una herida en sus propias carnes se tratara.
El padre (Donald Crisp) sufre con resignación la soledad y la incomprensión del pueblo, que le acusa de esquirol. Pero tiene a su lado a Bronwen (Anna Lee), una mujer fuerte y fiel que se enfrenta a todo el vecindario para salvar el honor de su marido. En ese preciso momento, ella y su hijo pequeño sufren un accidente y, como consecuencia, cogen una grave pulmonía que hará temer por su vida. Es algo que la sociedad actual calificaría de desgracia y tragedia, pero… que en los años evocados en “¡Qué verde era mi valle!” supone una ocasión para manifestar su plena confianza en Dios y aceptarlo como venido de Él: no en vano, la enfermedad servirá para volver a unir a la familia y “para aprender a amar y madurar”, como les dirá el nuevo clérigo. En esos momentos duros, el sufrimiento les une más que nunca, y solo la necesidad de buscar trabajo o el devenir de la propia vida les obligará a separarse, siempre con la esperanza de volverse reunirse en el Cielo. A este respecto, resulta elocuente la respuesta dada por Ford cuando, en una entrevista, se le pregunta acerca del motivo por el que daba tanta importancia a la familia en sus películas: “¿Tiene usted madre, ¿no?”, contestó secamente.
Si Ford homenajea a la familia, también lo hace a la comunidad del pueblo unido en solidaridad. Tras unos primeros momentos de disensiones a la hora de acatar las directrices del patrón, al final estarán todos juntos, dispuestos a bajar a la mina a rescatar a los vecinos atrapados arriesgando incluso su vida. La ambientación social e histórica del momento es otro de los grandes logros de Ford. En plena revolución industrial, las minas de Gales suponen un marco geográfico en que las clases sociales están muy diferenciadas y donde se ofrecen los primeros movimientos de resistencia al poder patronal. Esto es una realidad pero sería un error juzgar ese momento con nuestras categorías actuales: los personajes sienten esa injusticia y esa rebeldía natural les lleva a exigir sus derechos, pero lo hacen según la mentalidad del momento, de tímido enfrentamiento o de resignación al lugar en que ocupan en la sociedad, y eso queda bien reflejado por Ford. Es una sociedad de clases porque las diferencias y restricción de derechos es algo evidente, pero se trata de un entorno y una injusticia que no lleva a la revolución sangrienta porque no existía una conciencia de odio ni de enfrentamiento (un director de orientación marxista hubiera dado, sin duda, otro derrotero al conflicto vivido). Junto a ello, contemplamos el fenómeno de la aventura americana que emprenden algunos de los hijos, como tantos otros europeos asumieron por entonces.
Si no fuera por la riqueza interior de la mayoría de los personajes, la película se nos presentaría como cruel y pesimista. Son varias las situaciones duras y dramáticas que van sucediéndose: abusos y una situación laboral difícil, tragedia en el río y muerte en la mina, un matrimonio infeliz y un ambiente de calumnias, emigración y desarraigo familiar… Todo es visto y grabado a fuego en el alma de un niño que lo recuerda ahora sin odio pero con nostalgia.
Los rasgos autobiográficos de la película son muchos y el propio Ford así lo ha reconocido al decir “soy el menor de trece hermanos, y debieron pasarme las mismas cosas; yo siempre me portaba como un niño fresco”. Ciertamente, sabemos que su propia familia conoció lo que suponía la emigración a un país nuevo y que también se apoyó en los valores tradicionales y cristianos para llevar las dificultades de la vida con garbo. Abundan, por otra parte, escenas emotivas y cargadas de humanidad. Podrían destacarse la del reencuentro de madre e hijo después de meses de enfermedad, la de la audacia del joven Huw al ofrecerse como cabeza de familia a la esposa del minero muerto, o aquella en que los hijos mayores parten para América a buscar trabajo. Sin embargo, la más conseguida quizá sea la de la boda de Angharad: todos aparecen en un primer plano, mientras en otro más general se ve al clérigo Mr. Gruffydd, solo e inmóvil, al pie de un árbol, incapaz de hacer nada por evitarlo.
Aunque inicialmente la película estaba pensada para William Wyler e incluso llegó a comenzar la preproducción, “¡Qué verde era mi valle!” tiene todas las características del cine de Ford, con una condensación narrativa digna ya de un maestro, unos ligeros picados y contrapicados con carga expresiva, o una cuidada fotografía en blanco y negro que da dramatismo a las escenas que lo requieren. También destaca el excelente decorado del pueblo, con una profundidad en su calle principal que es digna de elogio. Supuso el segundo Óscar para el director, además de llevarse otros cinco más, entre ellos a la mejor película y mejor guión. Por último, diremos que la película termina al modo teatral, porque a Ford le agradó la idea de que sus personajes volvieran a salir… para despedirse del público. Sin duda un bello final tras la dramática pero bella escena de recuperación de los cuerpos fallecidos en la mina. (miradadeulises.com)
Ficha técnica
Dirección John Ford
Ayudante de dirección Edward O'Fearna
Producción Darryl F. Zanuck
Guión Philip Dunne
Música Alfred Newman
Sonido Eugene Grossman - Roger Heman
Fotografía Arthur C. Miller
Montaje James B. Clark
Escenografía Thomas Little
Vestuario Gwen Wakeling
Efectos especiales Fred Sersen
Reparto Walter Pidgeon - Maureen O'Hara - Anna Lee - Donald Crisp - Roddy McDowall - John Loder - Sara Allgood - Barry Fitzgerald - Patric Knowles
País Estados Unidos
Año 1941
Género Drama
Duración 118 minutos
Productora y Distribución 20th Century-Fox
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