Este banquito de cocina volvió a la casa de una de nosotras después de más de veinte años de vivir en otro hogar... Avatares de la vida, caprichos del destino... ¡La vida misma! Pero aún no nos sentimos preparadas para hablar de esta historia... Tan solo decir que, siempre nos han pirrado estos asientos para las cocinas, y que si no los teníamos era por problemas de espacio... Aunque a éste le hemos hecho sitio, sí o sí.
El color blanco nos venía perfecto, tan solo había de limpiarlo un poco y hacerle una nueva funda más acorde con la decoración actual. Como no queríamos desprendernos de ésta de color salmón, la nueva la hicimos midiendo el diámetro del asiento, y añadiéndole al mismo los centímetros que consideramos necesarios. Dibujamos con compás el círculo sobre el reverso de la tela y recortamos.
Aquí hay que hacer un inciso memorable. La de nosotras que no tiene ni idea de coser, se ha comprado una máquina de idem... Y la otra, que es experta en la materia, ¡le está dando clases de costura!
Este trabajo, como muy sabiamente indicó la maestra a la alumna, no ha sido el más acertado para una principiante, pues remallar, hacer dobladillo y fruncir con un elástico una circunferencia, no es lo más sencillo, precisamente, para comenzar. Sin embargo, ahí estábamos las dos, mano a mano, una dispuesta a aprender y la otra a enseñar, con mucha paciencia.
Había tantos saltos en las puntadas, que parecía que a la tela le habían dado bocados... Así que la profe, para disimular, remató el trabajo con una puntilla.
Pero esta solución fue todo un acierto, pues le dio un toque precioso y muy coqueto a nuestra nueva funda.
Tan redonda y tan bonita, ¿verdad?
Aunque lo próximo que cosa la neófita será un cojín cuadrado y sin curvas, palabrita...
En este rincón hemos ubicado a nuestro banquito y su nueva funda, perfecto para acompañar con una buena charla al que cocine, o tomar un desayuno rápido...
Y con él nos vamos a casa de Marcela Cavaglieri un viernes frugal más. ¿Os venís?
¡Feliz fin de semana!