El verano ya toca a su fin y parece que este año la cosecha de terrores veraniegos ha sido más dispersa y el protagonismo se lo ha llevado la ola de calor, que más que ola ha sido un tsunami, ya que ha durado casi dos meses, sobre todo en el centro y sur de la Península ibérica.
Pero si hay una plaga de este verano que se termina que me ha llamado especialmente la atención ha sido la llamada "plaga de algas", que según parece indignó a los bañistas y veraneantes que visitaron la costa asturiana y gallega a finales de agosto, y que puso en pie de guerra a los ayuntamientos locales, que con tal de satisfacer al personal sacaron todo el armamento de palas e incluso de excavadoras para facilitar el acceso a los bañistas a la orilla del Cantábrico e impedir que sus delicados pies se mancharan.
Esta alarma infundada confirma de nuevo que nuestra sociedad cada vez se encuentra más separada de la naturaleza, a la que considera algo ajeno e incluso molesto, ya que se siente más cómoda rodeada de asfalto, humo y tráfico que de hierba, árboles y mar. Y debido a esto ya piensa que lo normal es una piscina azulejada y con el agua clorada y no una playa natural, con sus sus rocas, sus cangrejos y sus algas.
La arribazón de algas a las playas cantábricas es un fenómeno natural y que ha ocurrido siempre después de las marejadas estivales. Los pies de las algas se desprenden del fondo por la fuerza de las olas y cuando la mar se calma se depositan en las orillas. De hecho, lo realmente alarmante no fue la arribazón de algas de este verano sino su práctica ausencia durante los últimos años.
Las fotos anteriores son lo suficientemente explícitas para entender lo que ha pasado en la última década. Ambas fotografías, tomadas por Julio Arrontes, profesor de Ecología de la Universidad de Oviedo, han sido hechas en el mismo lugar de la Playa de Porcía (El Franco, Asturies), la superior en el año 2000 y la inferior en el año 2009. Tal como se puede observar, en tan solo 9 años, los bosques de laminarias que cubrían todo el pedrero habían desaparecido, y junto a ellas otras especies como el Fucus serratus y el Fucus vesiculosus.
Pero la desaparición de las algas no ha supuesto tan sólo un cambio estético en las playas. Todas las especies asociadas a estos bosques de laminarias, sobre todo crustáceos y peces se han visto afectadas, tal como confirman los estudios realizados por la Universidad de Oviedo y el Centro de Experimentación Pesquera del Principado.
La desaparición del 95% de todos los bosques de laminarias en tan poco tiempo está relacionada con el aumento de las temperaturas de las aguas cantábricas como consecuencia del cambio climático. Las algas pardas son especies abundantes en latitudes septentrionales ya que la temperatura de crecimiento óptimo se encuentra entre los 15 y los 18ºC. Cuando las temperaturas superan esos límites, el crecimiento se reduce o incluso se detiene, por otra parte, la tolerancia térmica de estas algas es mucho más estricta durante el periodo en el que se fijan a las rocas, por lo que las temperaturas elevadas pueden reducir drásticamente el reclutamiento de nuevas algas y por consiguiente la regeneración de esos bosques marinos.
En los últimos años, y tal como se puede observar en el gráfico anterior, elaborado por Judith Rojo y Julio Arrontes (Universidad de Oviedo), el número de mareas en las que la temperatura del agua superó los 20ºC aumento drásticamente, lo que ha dado lugar a unas condiciones ambientales intolerables para este tipo de algas.
Afortunadamente este año parece que los bosques de algas pardas se han recuperado un poco. Quizás se trate de un hecho puntual, quizás haya sido debido a que la temperatura del agua en el momento de la fijación de los propágulos ha sido más baja que en los últimos años. Quizás sea un canto del cisne antes de la desaparición de esos bosques que durante millones de años han cubierto los fondos del Cantábrico, porque el aumento de las temperaturas como consecuencia del cambio climático sigue produciéndose con mayor rapidez que nunca, pero de todas formas, no deja de ser sorprendente que esta noticia en vez de ser un motivo de alegría sea un motivo de alarma y de preocupación.
Tal como comenté al principio, el fenómeno de la arribazón de algas a las playas no es algo extraño ni mucho menos una plaga y significa un auténtico maná para muchas especies, incluido el hombre, cuando este se consideraba una parte de la naturaleza y aprovechaba lo que ella le ofrecía. Desde siempre, los pueblos costeros han recogido esas algas para usarlas como abono y para venderlas, ya que con ellas se elaboran alimentos, cosméticos e incluso medicinas. Pero además del hombre, numerosas especies de animales encuentran su alimento entre las algas depositadas en la orilla. Innumerables especies de insectos, crustáceos y otros pequeños animales consumen estas algas contribuyendo de esta forma a su descomposición, y gran cantidad de peces y aves se alimentan de ellos, cerrando de esta manera el ciclo de los nutrientes.
No estaría mal recordarles a todos estos bañistas que protestan ante la presencia de algas que mucho antes de que el primer ser humano se untara de Nivea y plantara su sombrilla en la arena, otros animales visitaban las playas y se alimentaban en ellas.
Y también habría que recordarles a las autoridades que antes de ceder a las presiones de estos colectivos deberían educar e informar, ya que al no hacerlo y gracias a nuestra desidia nos estamos convirtiendo a pasos agigantados en un rebaño de borregos, cada vez mas ignorantes, cada vez más estúpidos. Y cada vez más mansos. Aunque quizás sea eso lo que desean.