Josep Guardiola, independentista catalán que fue capitán de la Selección Española de Fútbol, sufrió el fracaso internacional de su ideología este fin de semana cuando, en el momento de su triunfo como entrenador tricampeón de la liga alemana con el Bayern de Munich, el club y miles de aficionados le cantaron agradecidos el pasodoble “¡Que viva España!”.
Los belgas Leo Caerts y Leo Rozenstraten compusieron en 1972 ese homenaje a la España de sol, toros, bravura, paella, flamenco y fiesta, síntesis de tópicos turísticos, pero parcialmente nacidos con el romanticismo hace dos siglos, y del que son rehenes todos los españoles, incluidos los nacionalistas de Cataluña, el País Vasco y Galicia.
Popularizada en España por Manolo Escobar, se canta además en casi todos los idiomas del mundo. Caerts y Rozenstraten deberían tener monumentos en las zonas turísticas españolas: hasta quienes detestan aquí el bailable quizás vivan decentemente gracias al efecto multiplicador de la riqueza que genera el turismo atraído por sus tópicos.
Y mientras los campeones de la Liga alemana y su afición le recordaban afectuosamente su nacionalidad antes de irse al Mánchester City, Guardiola agitaba la cabeza como un pájaro desplumado: había predicado incansablemente su independentismo para el desierto alemán.
Pero también quería olvidar que había bailado numerosas veces el pasodoble con la Selección española, en la que jugó 47 partidos entre 1992 y 2000,
A veces el separatismo inspira piedad porque sus creyentes sufren enormemente cuando los asocian, pese a sus insistentes alocuciones sobre sus diferencias, a una colección de tópicos tan fuerte que ningún país europeo tiene otro que le rivalice.
Quizás la unidad de España perdure gracias a tópicos como los de ¡Que viva España!, porque internacionalmente nadie apoya ni cree en las diferencias de estos separatismos.
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SALAS