Desconcierto, confusión, hartazgo, decepción e incertidumbre. Pueden ser las palabras para definir el clima político que se vive en España y que se recrudecerá mañana por la tarde cuando, salvo milagro político en el que no cabe creer, Rajoy vuelva a constatar que su desganada candidatura para seguir en La Moncloa no merece ni siquiera el beneficio de la duda. Un rumor sordo empieza a circular entre muchos ciudadanos de a pie ante la absoluta incapacidad de unos y de otros para el diálogo y el acuerdo. Es como un zumbido aún tenue que va subiendo poco a poco de intensidad y que amenaza con estallar en una gran exclamación de cabreo si, llegados al 31 de octubre, se convocan nuevas elecciones en España, las terceras en doce meses.
Si encima la convocatoria se fija para el día de Navidad, ese cabreo, que ahora es subterráneo y como contenido, se va a transformar en un gran puñetazo que innumerables ciudadanos verdaderamente hartos de una clase política absolutamente sorda y desconectada del país darán sobre la mesa: ¡abstención!.
Si esos políticos que después del 20 de diciembre de 2015 y después del 26 de junio dijeron que habían "escuchado el mensaje de las urnas" y prometieron que harían todo lo que fuera necesario para que no se convocaran nuevas elecciones llevan a este país a una tercera cita electoral en un año, serán los ciudadanos los que tendremos que decir la última palabra. Y esa palabra tiene que ser una declaración clara y contundente de que no iremos de nuevo a las urnas si vuelven a postularse para presidentes del gobierno de este país los mismos que han fracasado en dos ocasiones consecutivas tras anteponer descaradamente sus intereses de partido y hasta personales a los intereses generales.
Si Mariano Rajoy, de por sí inhabilitado políticamente por los casos de corrupción que afectan a su partido y por su absoluta insustancialidad política, no es capaz de ganarse los apoyos que necesita para ser presidente del Gobierno, tiene que retirarse de inmediato y dejar paso a otra persona del PP que pueda cumplir esa función. Si Pedro Sánchez sigue sin renunciar a su numantina posición de "no " a todo y sin dar el paso de poner sobre la mesa algún tipo de propuesta para el acuerdo con el resto de los partidos que sea capaz de sumar, terminará también por quedar completamente inhabilitado para continuar al frente de un partido con el bagaje y la historia del PSOE.
Rivera e Iglesias no escapan tampoco a la crítica. El primero ha fracasado ya en dos ocasiones en su intento de aparecer ante el país como el hombre de los consensos y los acuerdos. Bien es verdad que no es el principal responsable de esos fracasos pero sus líneas rojas ante Podemos nunca palidecieron y pasaron al rosa pastel como lo hicieron cuando le tocó sentarse a negociar con el PP. En cuanto a Iglesias, fue precisamente su convencimiento de que podría superar el PSOE en unas segundas elecciones lo que le hizo adoptar la insufrible actitud prepotente devenida ahora en modosidad y apelaciones al acuerdo "progresista" con el PSOE por más que no puede ignorar que las cuentas no salen.
Por acción o por omisión y en menor o mayor medida, los cuatro líderes políticos a los que los ciudadanos de este país han mandatado ya en dos ocasiones para que formen gobierno están dando un espectáculo político tan lamentable que deberían sentir vergüenza y bochorno y pedir disculpas por ello. Nada de eso harán, estoy seguro. Pero los ciudadanos sí podemos empezar ya a dejar muy clara nuestra opción a ver si ahora sí nos escuchan: o cambian los candidatos a La Moncloa o el día de Navidad nos quedaremos en casa y que vote Papá Noel.