El sabio y veterano embajador español José Cuenca, autor de un libro admirable sobre sus grandes experiencias, “De Suárez a Gorbachov”, acaba de publicar un artículo sobre Canadá, e indirectamente sobre Cataluña, evocando a los independentistas quebequeses cuando convocaron referendos separatistas y fracasaron: quizás para siempre.
Recuerda que tras la ajustada derrota del separatismo de Quebec en el referéndum de 1995, el presidente francófono Jean Chrétien nombró ministro al profesor quebequés de ciencia política Stephane Dion para desmontar, clara y eficazmente, los mitos, errores, falsedades y victimismos de los argumentos soberanistas.
Dion consultó al Tribunal Supremo sobre si las autoridades de Quebec podían proclamar la independencia; si sería reconocido internacionalmente su derecho a la autodeterminación; y, en caso de conflicto entre la norma interna y la internacional, cuál debía prevalecer.
El dictamen fue claro: en Quebec no se dan las condiciones para la autodeterminación, pero el Gobierno canadiense tampoco puede permanecer indiferente si una población manifiesta su independentismo “de manera clara y por una mayoría reforzada”.
Entonces se abriría un proceso de negociación, tomando en cuenta los intereses generales del país, del gobierno federal, de los restantes territorios y de las minorías.
Canadá podría partirse, pero en las circunstancias y con las exigencias citadas, lo que permite igualmente que pueda hacerlo una provincia. “Para entendernos: si Canadá es divisible, también lo es Quebec”.
La consecuencia fue la “Ley de la Claridad”, de 2000, cuyo texto establece que Quebec puede decidir su futuro (la Constitución canadiense permite la ruptura, pero no la española, la americana, la francesa, la alemana, ni…), pero en las condiciones justas y honestas de las que ahora huyen los separatistas.
Pero el debate había iniciado una fuga de capitales de Quebec, ay, que parece imitarse con muchas huidas de Cataluña.
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SALAS