Por Anabel Sáiz Ripoll.
Al principio, el sonido se confunde con el viento, pero, poco a poco, se impone la realidad: es el eco de un instrumento. Y a partir de aquí, el pentagrama, silencioso, comienza a poblarse notas danzarinas, fugitivas, juguetonas, graciosas que, con sus bailes, van dotando de vida a los instrumentos. No hay melodía sin música. No hay música sin instrumentos. Sin partituras ¿qué hay? Las notas, como si fueran hilos, en una metáfora muy acertada, van tejiendo su especial urdimbre y surge una sonata, un violonchelo, una zanfona... Queda la música es un paseo exquisito por los orígenes de la música, por el pentagrama, por las notas y los compases. Después, ese mundo, en apariencia abstracto, de la mano del poeta, se humaniza y la melodía se impone. De esta manera, tras un preludio de tanteos, aparecen los instrumentos, el violín, el violonchelo, el piano, la viola, el oboe, el clarinete e, incluso, la humilde gaita, en claro homenaje a la tierra del poema ("Sueños de gaita. / Canciones mudas./ Cuentos sin voz./ Notas oscuras.").. Todos forman parte de una orquesta muy especial, que emociona, que divierte, que baila y sueña. Teijeiero aprovecha también para homenajear algunos estilos como es el jazz o al grupo musical "The Beatles" que, por obra y gracia de la poesía, queda inmortalizado ("Tenían un submarino amarillo / en el que viajan / por el fondo del mar / de los sueños"). Así, se personifican el bajo de Paul, la guitarra de Harrison o la batería de Ringo porque, como resumen Lennon: "Paz, amor y rock and roll". No olvida tampoco el poeta la armonía dulce y galante del Versalles del XVIII ("Damas y caballeros, / con collares y sombreros, / se mueven con elegancia") ni la esencia del haiku ("En un columpio, / vaivén de notas locas./ Ríen los niños").La melancolía, el sueño, el juego, pero también la diversión y la alegría aparecen en estos poemas que son un verdadero regalo para los sentidos. Teijeiro juega con la metáfora, con la personificación y con las elipsis para crear una atmósfera musical muy contagiosa. Son poemas juguetones que bailan al son de las palabras, que crecen y se adelgazan, que cambian de línea y vuelven a subir Las ilustraciones de Tesa González acentúan el lado naïf del poema. Palomas de papel que llevan en su pico mensajes especiales, las notas que se arremolinan formando un mosaico de color, el pentagrama que se "se levanta de la cama", las manchas luminosas que no significan nada pero que lo contienen todo, las letras caprichosas, un pez salado tocando el fagot, el moscardón que vuele ruidoso o el abuelo que toche el chelo e, incluso, los besos del trombón que no son solo abstractos sino besos reales o los Beatles y el ronquido del contrabajo. Y, por último, el final, en un tren singular, el de los instrumentos que: "Unas veces dicen: ¡ven! / Y otras dicen: ¡Vete!".Queda la música es un poemario infantil, pero al alcance de todos. Cuando uno es niño, parece decir el poeta, puede entender mejor la poesía porque tiene los ojos del alma limpios y no necesita nada más que sentir. Eso se pide a los lectores del libro, que sientan y se dejen envolver. Niños y mayores unidos por el mismo embrujo, el de la música. Es un libro que apela al sueño, a la sensibilidad y a la ilusión: "Quiero soñar. /Quiero escuchar / notas que brillan / cerca del mar". Abramos nuestros sentidos y, atentos, que la música empieza.El libro es un álbum ilustrado, editado con mimo por Amigos de Papel. Otro regalo de Reyes.