Revista Educación

Quédate con la copla

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Marifé de Triana Torre de Arena

Fuente: coveralia.com

“En estos tiempos de ahora es que ni canciones para los niños hay, míralos a todos, oyendo al Bisbal y a la Beyoncé. Antes cada edad tenía su música”. Estas palabras, más o menos, saltaron a mis oídos desde dos asientos más atrás en el mismo vagón del tranvía (el tamaño de mis pabellones auditivos permite captar sonidos procedentes de lugares lejanos) y se quedaron dando vueltas en mi cabeza (cuya superficie también es bastante amplia) durante todo el día.
Canciones para niños. Ja. ¿Canciones para niños como “La gallina Cocoguagua” que cuando era muy pequeña su mamá se fue y ella muy solita se quedó? ¿O quizás como “Amigo Félix”? ¿O como los terribles villancicos “Ven a mi casa esta Navidad” y ese otro que dice “la Nochebuena se viene, la Nochebuena se va y nosotros nos iremos y no volveremos más”? Guárdenme una cría con las patas blancas. Con la dichosa gallina estuve llorando hasta los quince años, y hoy todavía se me cuajan los ojos, porque soy de pueblo y sé de sobra desde chica a dónde y cómo se van las mamás gallina cuando desaparecen. Con la de Félix y la de la Nochebuena me asaltaban los terrores existenciales que me acompañan desde que tengo uso de razón, y me ahogaba y me faltaba el aire de pensar en ese cielo que a lo mejor no existía, y que a dónde nos iríamos entonces para no volver. Con la de Parchís, sin embargo, me llenaba de coraje. ¿Que vaya a tu casa? ¡Ni de coña, que tú lo que quieres es hacerme llorar!
Quizás lo que me pasaba es que todas me parecían cuajadas de un sentimentalismo impostado que no tenía por qué provocarme aquellas lágrimas que no era capaz de frenar. Yo, puestos a escuchar dramas, prefería aquellos que oía mi abuela y que cantaba bajito, porque los lutos encadenados le frenaron el cante desde muy joven: las tragedias de Eugenia de Montijo, presa en su palacio de París casada por conveniencia; o las de aquella otra pobre a la que los niños cantaban “a la lima y al limón, tú no tienes quien te quiera, a la lima y al limón, te vas a quedar soltera”; o las tragedias de amores dañinos, enfermizos y excesivos que ofrecen su vida, literalmente, como prueba de su amor eterno y verdadero: “que se me paren los pulsos si te dejo de querer”. Locas de la cabeza todas, claro (a ver si aprendemos, aunque me temo que ni por esas), así que tampoco se puede decir que sean canciones aptas para todos los públicos. Me quedaba impasible no porque no las entendiera y no me afectaran, sino porque estaba tan asombrada analizando la letra que no me acordaba de llorar.
Esas historias las cantaban, casi siempre, Concha Piquer, Antoñita Moreno o Marifé de Triana, las preferidas de mi abuela, y me han acompañado desde siempre. Tanto, que cuando hay que tirar de refranero o de frases hechas, yo siempre tiro por la copla, ahí está dicho casi todo. La semana pasada se fue Marifé y, llámenme hortera, o cursi, o lo que ustedes quieran, pero yo me quedé tarareando “Torre de Arena” mientras pensaba que era con ella y no con Miliki con quien se había ido otro cacho de mi infancia.


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