Hace mucho, mucho tiempo (venga, quizás no tanto) yo era una chica como otra cualquiera: vivía preocupada por sacarme las castañas del fuego (esto no ha cambiado), que no era poco, indignada con el mundo loco en el que estamos (esto tampoco ha variado, es más, va en aumento) y también por "verme bien" siempre que fuera posible. Sí, así es, vivimos en una sociedad en la que el mensaje erróneo está anunciado con luces de neón por todas partes: para sentirte bien, has de verte bien. Nooooo, es que no es así. Es justo al revés, nos lo enseñan mal. Pero bueno, antes o después, la vida, la madurez y, en mi caso, la maternidad, te muestran que quien hizo el cartel del lema se equivocó en el orden, y entonces, vives más feliz, sin más. Me considero algo coqueta, aunque no lo fui durante un tiempo y no viví una edad del pavo excesivamente pronunciada (gracias al cielo); supongo que la edad te enseña a sacarte partido, físicamente (y mentalmente) hablando, y descubrir con que te ves bien. Pienso que esto es parte de un proceso que todos, en mayor o menor medida, pasamos, y que ayuda al afianzamiento de nuestra personalidad, de nuestra confianza y, en parte, de nuestra autoestima. Pero, por otra parte y por desgracia, la sociedad en la que vivimos, es muy caprichosa con el tema del aspecto físico, y nos enseña desde pequeños que hay unos cánones a seguir que, curiosamente, en nuestro fuero interno, jamás coinciden con como nos vemos nosotros. Si se llevan las curvas, nos vemos excesivamente flacos, y si se lleva la delgadez, nos vemos enormes. La cuestión es que, tristemente, estamos predestinados a no gustarnos y a nadar en un mar de complejos durante muchos, muchos años.Yo, personalmente, he pasado por varias etapas en cuanto a complejos, a lo largo de las (válgame la redundancia) distintas etapas de mi vida, hasta llegar a la madurez: nariz larga, poca altura, piernas de futbolista, pies grandes, culo respingón, labio superior más fino, pelo de color neutro... ¡Auténticas gilipolleces tonterías! Pero díganselo ustedes a la adolescencia, esa eterna enemiga de la seguridad y el equilibrio. Y, obviamente, da igual que tus más allegados te digan lo fabulosa que te ven entonces, porque para algo tienes tú ojos y orejas y te "pispas" de lo que se lleva en el mundo "real", que es justo lo que tú no eres (o eso crees).Gracias al cielo, un buen día me di cuenta de que me gusto tal cual. No hay más. Y no, no se trata de que haya hecho lecturas sin fin de libros de autoayuda ni búsqueda y repetición de frases motivadoras, ha sido cuestión de madurar y apreciar lo que de verdad vale la pena y lo que no. Parir para mí fue un regalo en este sentido. Es más, si quiero ser exacta, fue quedarme embarazada lo que me "enamoró" de mi yo físico e interno, y ojo, no hablo desde el narcisismo, sino desde la consciencia del conocer mi cuerpo, y mi ser, y apreciarlos tal cual son, sin desear cambios. Sí, claro, hay días en los que mirarme al espejo es romperlo, porque las ojeras negruzcas y la cara excesivamente larga de no haber dormido en siglos no son de gran belleza a simple vista. Hace unos años me habría horrorizado, ahora no. Ahora normalmente me río y pienso "ale, otro día más en el que sacar a relucir tu belleza interior, majeta, porque esto no lo arreglas ni con aquaplast". Pero sigo saliendo a la calle igualmente segura de mí misma, y no pensando que quien me mira lo hace porque le recuerdo al espantapájaros del Mago de Oz; que probablemente así sea, pero es que ME DA IGUAL.Pues, la verdad, me parece triste tener que haber madurado como mujer, haber disfrutado de una maternidad para llegar a este punto. Lo digo como autocrítica y como llamada de urgencia a esta locura de valores inversos en la que vivimos. Cuando me quedé embarazada de Pichu usaba la 34, y me veía tan estupenda. Durante el embarazo AMÉ MI CUERPO, me enamoré de mi enorme pancha y disfruté de este nuevo estado corporal. Cuando a los casi dos años aterricé y me reconocí "casi la misma" que antes del embarazo, me gustó, no puedo negarlo, pero me gustó en gran parte porque no volví a la 34 jamás, porque MI CUERPO HABÍA CAMBIADO, porque de repente tenía cuerpo de madre y de mujer. Y sí, ese sentimiento se ha mantenido y reafirmado con el embarazo y nacimiento de Rubiazo. Obviamente, hay muchos días en los que miro mi barriga "pellejera" y pienso "algún día me pongo a hacer abdominales", pero no porque quiera lucir estupenda cara al mundo, sino porque creo que debemos cuidarnos, por dentro y por fuera. Y, a pesar de eso, me planto el bikini y soy la más feliz, porque me da exactamente igual LO QUE PIENSE EL MUNDO de mi barriga, mis piernas, mis tetas más descolgadas y desiguales por la lactancia y la edad, o de toda yo. La maternidad (en mi caso, siempre en mi caso) ha dado paso a unas prioridades en mi lista que anulan lo insustancial e innecesario. El bienestar y la felicidad de los míos priman por encima de cualquier otro aspecto de mi vida. Soy feliz porque los tengo a ellos, porque los QUIERO A MORIR, porque los veo crecer sanos, felices y unidos, porque TENGO UNA FAMILIA PRECIOSA. Y, la verdad, mirarme cada día al espejo y poder sonreír por ello, a pesar del sueño, las malas noches, los días turbios en el trabajo y la gente mala que a veces cruza tu camino, ES UNA SUERTE QUE ESTOY DISPUESTA A APRECIAR TOOODA LA VIDA.Ahora, eso sí, viene la segunda parte: CONSEGUIR QUE MIS HIJOS SE QUIERAN TAL CUAL SON. Con sus particularidades físicas, sus gafas, sus pies planos, su torpe psicomotricidad gruesa, sus orejillas de duende... PORQUE SON PRECIOSOS. Así los vemos su padre y yo y así deberían verse ellos siempre, dejando al lado cánones inventados por las grandes marcas, estilos que igual están de moda para pasar al olvido en meses... Por desgracia, insisto, la sociedad en la que vivimos no entiende de COSAS IMPORTANTES, y vamos a tener que luchar contra el poder de los grandes gigantes sociales: el materialismo y la superficialidad; vamos a tener que luchar desde nuestro hogar para que nuestros pequeños APRENDAN LO VERDADERAMENTE IMPORTANTE, la esencia en sí de la vida, y dejen a un lado detalles que crecen rápido sólo para hacer daño. No olvido que pasarán pasaremos por la traicionera adolescencia, que no entiende más que de inseguridad y rebeldía mal llevadas, y que con cánones o sin ellos, serán susceptibles de mirarse y no encontrarse, pero espero que para entonces hayamos sabido ayudarles a tejer una red lo suficientemente fuerte como para que puedan caer sin hacerse añicos, y poder levantarse de nuevo. Porque tal como van las cosas, vaticino poco cambio a mejor en cuanto a valores en la ciudadanía, así que en nuestra mano está el enseñarles a QUEDARSE CON LO VERDADERAMENTE IMPORTANTE, a apreciar su salud y la de sus seres queridos, a que lo que de verdad les apene y entristezca no sea su físico, que gracias al cielo está sano a rabiar, sino las barbaridades que este mundo tan actual y moderno permite, y que por ello crezcan y maduren como personitas de pensamiento crítico, con ganas de moverse, luchar por lo que vale la pena y dejarse de tanto asunto insustancial y tanta tontería.QUEDÉMONOS CON LO IMPORTANTE. La belleza está por todas partes, empezando por nosotros mismos. No la destruyamos con tanto conflicto de intereses y tanta codicia. No nos afeemos por capricho.
CON M DE MAMÁ