Quería ser libre, desde pequeña pensaba que la libertad era poder decidir qué ser y cuándo serlo. Claro, de pequeños pensamos cada cosa y no nos imaginamos que no considerabamos los límites que tenemos cuando ya no somos niños, sino esos adultos aburridos que odiabamos, pero que ahora somos.
Que ser piloto bastaba con desearlo, que querer esos juguetes era cuestión de pedir, que tener un animal era solo quererlo; incluso, cuando nos negabamos a ser infantes empezamos a soñar en querer cosas de adultos sin considerar el esfuerzo que se necesitaba para obtener eso material o incluso tener y manter un trabajo. Hay niños que lo saben desde temprana edad y eso es porque eran esos pequeños adultos que la sociedad había descuidado.
No nos imaginabamos que ya eramos libres, porque no teníamos que pensar estas cosas; que solo porque mamá o papá nos ordenaban-por ejemplo-limpiar nuestra habitación, nos encontrabamos en un calabozo; eramos y ya no somos libres. A medida que el tiempo pasaba empezabamos a tener responsabilidades y a comprender que la libertad misma tiene precio.
La autonomía y la libertad van de la mano; uno trabaja y es autónomo en comprar lo que desea, tiene la libertad de hacerlo, pero esto conlleva pensar nuestras posibilidades de gastos. Con este ejemplo sencillo se puede decir podemos, es nuestra libertad; pero si estamos preparados para la responsabilidad de asumir ese gasto. Y así como en lo económico, pasa con lo social; tenemos la libertad, ese podemos, de golpear a quien no nos agrade; las consecuencias es la parte ya no autónoma de la libertad. Así, por cada <tenemos> existe el supremo <debemos> o <no debemos>.
Basta con pensar un poco que las responsabilidades y el deber están en cada aspecto de la vida, es una verdad que descubrimos cuando ya no miramos al mundo con esos ojos inocentes, cuando ya no pensamos como niños y la vida tiene esas vueltas amargas que la sonrisa de un infante no podía comprender, nisiquiera imaginar que existía.