Querida Rocío:
En estos tiempos de zozobra, de turbiedad y de inquietud te escribo esta carta para manifestarte todo mi apoyo y toda mi admiración, que raya en pura envidia (sanísima, eso sí).
Eres un ejemplo para todos: una mujer de voz dulce e incluso meliflua, pero de convicciones firmes; una persona elegante, atractiva, activa y eficiente; una emprendedora; una luchadora optimista, que no le teme a los recovecos de la vida.
No puedo evitar verte como una suerte de monja seglar, como una santa guerrera, una Juana de Arco, una adelantada y una Arya Stark dispuesta a todo por salvar a su familia, a sus huestes y a su reino.
Has sido arquitecta antes de ser arquitecta, una profesional eficacísima que ha pergeñado imaginativas figuras administrativas y legales, una emprendedora, una gran creativa más allá de la supuesta (y tan reducida, y tan manida) creatividad de los arquitectos.
Según ha contado el Pepe de Los Pepes, que fue tu catedrático de proyectos, eras una alumna ejemplar, incluso brillante, y a mí no me extraña: No hay más que verte. Te imagino en clase, atenta, trabajadora, afable, educada... Un ejemplo para todo el alumnado, siempre tan disperso y despistado, tan patán. Tú no; tú ibas a lo tuyo con una claridad de ideas y una determinación pasmosas.
No te estoy tirando los tejos; en absoluto. No te estoy diciendo estas cosas con ningún ánimo turbio. No eres un oscuro objeto de deseo para mí. No. Más bien quisiera ser como de tu familia o algo así. Mi amor por ti no puede ser más puro. Es más, a pesar de nuestra diferencia de edad (a mi contra) te quiero más bien como madrina. Me encantaría que fueras mi guía y mi protectora. Envidio y admiro mucho a tu familia y a tu entorno, tan bueno, tan distinguido, tan por encima de la grumosa plebe.
Me encanta tu determinación, tu seguridad en ti misma y esa suavidad fascistoide de despreciar olímpicamente cualquier dato incómodo, cualquier evidencia, y de elevarte sobre todo ello con la sonrisa gélida de quien se sabe superior.
Me encanta que camines por encima de todos los seres contingentes, que nos pisotees. Porque solo las más grandes, como tú, pueden forjar su propia ley. (En este caso ser arquitecta porque lo dices tú y basta con eso. No necesitas un estúpido título oficial, mera burocracia vacía. Y ejercer la profesión sin colegiarte, ya fuera porque no pudieras, al no tener el título, o porque no te saliera del... Perdón. Soy un zafio, un plebeyo. No sé ni expresarme).
Aparte de eso, siempre has demostrado imaginación y creatividad sobradas para paliar el acuciante problema de la vivienda, convirtiendo en coquetones lofts(1) lo que eran sórdidos e inútiles edificios industriales o locales comerciales sin ningún interés.
¿Cómo puede alguien echarte en cara eso? ¿Quién se atreve a decirte a ti lo que es una vivienda y lo que no lo es? ¡Malditos burócratas de Washington! ¿Quién se ha permitido el lujo de hacer normas y de poner puertas al campo de tu libérrimo albedrío?
¿Quién se ha creído la sociedad que es para intentar frenar el libre instinto de depredadores tan hermosos y eficaces como todos vosotros? Sois los bellísimos felinos de la sabana, los reyes, los líderes. Hay que dejaros que emprendáis, que prosperéis, que medréis y que seáis cada vez más guapos, más elegantes, más simpáticos, en vez de velar por derechos impalpables de la gente sucia, de los zombies, de los ñúes torpes, de los desarrapados, que olemos medio mal y vamos patosa y zafiamente estropeando vuestro límpido horizonte.
Los ñúes apestosos protestamos porque no sabemos apreciar vuestro poderío y vuestra hermosura. Sacamos los pies del tiesto sin asumir nuestra posición, nos subimos a la parra e incluso osamos molestaros. ¡Qué descaro! ¡Qué desfachatez! Los más desagradecidos y miserables de entre nosotros te han denunciado ante el colegio de arquitectos por intrusismo profesional, mala praxis y cosas así. ¡Como si una diosa tuviera que someterse a la trivialidad burocrática! Qué ganas tengo de que mandéis de verdad para terminar de apoderaros de todo y mostraros ante nosotros con toda vuestra majestad.
El COAM, con su intachable criterio, se ha inhibido del marrón con el irrefutable (e irrefutoso) argumento de que todo ha prescrito (aaaahhh, qué hermosa palabra: "prescrito"), y ni siquiera ha escenificado una pataleta que podría haber consolado un poco a los sufridos colegiados que pagan sus cuotas para que les denieguen los visados de sus repugnantes proyectos con razones tan poderosas como que les faltan los pinglanillos prafóticos. Pero a ti no, Rocío: A ti no te falta de nada. Tú eres la luz que nos ilumina y la guía que nos... pues eso: que nos guía.
Otra razón que esgrime el COAM, aparte de la prescripción, es que no podía haber actuado contra ti en aquella época porque no eras colegiada. Y, claro, como asociación profesional no es competente con alguien ajeno a esa misma asociación.
Pero al mismo tiempo dice que está contra el intrusismo profesional:
Con la misma convicción que si yo digo que reafirmo mi compromiso en defensa de la Comida Sana y mi posicionamiento en contra de la ingesta de torrijas. Si; ya.
O sea, que están en contra del intrusismo, pero como los intrusos son eso, intrusos, no pertenecen al colegio y este se declara incompetente. (Que a lo mejor sí que debería declararse incompetente, pero así, en general).
Total, que a raíz de esto se ha abierto una crisis en el COAM y han dimitido la mitad de los miembros de la junta directiva, lo cual ha dado la sensación (durante treinta y seis segundos) de que de verdad iba a haber una buena movida y de que el sillón de la decana se iba a tambalear; pero no ha pasado nada de eso: Se tira de lista electoral y van corriendo puestos. ¿Dimiten siete? Pues entran siete nuevos.
La que has liado, Rocío, reina, diosa. Ante tu gesto casi cae el colegio de arquitectos. Es lo que tenéis las grandes personalidades de la historia. La gran dimensión que le atribuye Homero a Helena es que por ella se echaron al mar cien naves a declarar y librar la guerra de Troya. Pues por ti se hunde la junta de gobierno del colegio.
Otros (todos los seres contingentes y casposos) hemos tenido que pasar por las Horcas Caudinas de la burocracia, y languidecer en aburridísimos trámites. Hemos tenido que sacar un estúpido título universitario, pero tú, querida, te pasas todo eso por el arco. A ti, bendita seas, te ha bastado y te ha sobrado con una etiqueta de Anís del Mono.
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(1).- ¿Ilegales? ¿Qué es eso? ¿Que los lofts no están comtemplados en la legislación? ¿Que no se admiten como uso compatible con el industrial ni con el comercial? ¿Que no se puede vivir en ellos? Más burocracia estúpida.