Suelo detenerme a mirar a mi hija y me sorprende saber que, segundo a segundo, se va alejando de ser una bebé para convertirse en una nena. La miro, a veces, como a través de una ventana, como si su crecimiento fuera algo que ocurre fuera de mí, de mi cuerpo, que es mi casa, como si sus cambios fueran algo que yo puedo espiar, sin ella verme. Aprovecho para hacerlo cuando juega concentrada, cuando es su papá quien la cuida, cuando se deleita escuchando música e intenta cantarla en su original lenguaje, cuando asume la postura de lectura y murmura palabras sueltas, como si captara las palabras escritas. Esas veces que se muestra como un ser independiente de mí, me convierto en espía de sus gestos, de sus miradas, de sus movimientos. Y me enamoro y sufro al mismo tiempo. Porque los hilos que nos unen, aunque son eternos, se hacen cada vez más finos y más largos, porque su cuerpo, día a día, va diferenciándose cada vez más de mi cuerpo, porque verla ser ella misma así, como a través de una ventana, me hace dar cuenta que no somos la misma persona, como tanto tiempo creí.
Ventana - anroir - CC