Como presidente del Gobierno español debo expresarle, querido Carles Puigdemont, mi admiración por su perseverancia al reclamarme desde que accedió a la presidencia de la Generalidad catalana hace año y medio que negocie con usted un referéndum para independizar Cataluña de España.
Día tras día, hora tras hora, rogándome que le conceda la ruptura de nuestro país con la pasión de quien pide la mano de una señorita catalana para cercenársela, pues pedir la mano y no todo el cuerpo la mutila, como pasa en la tribu de las mujeres mancas; claro que ellas se vengan extirpándole a los hombres sus gónadas, lo que extingue la nación cultural de ambos.
Su obsesión le ha llevado a reclamarme, indirectamente, que envíe tropas y artilugios bélicos a Cataluña. Su pregunta “¿Va usted a usar la fuerza?” no es retórica, es un sobrentendido como cuando entre ustedes y sus amigos empresarios hacían gestos místicos para preguntarles “¿Nos dan solo el 3, o llegan al 20% si les concedemos la obra?”
Mi querido amigo: sólo la CUP estaría dispuesta mantener la tradición insurreccional de los violentos anarquistas catalanes, y sobrarán fuerzas para controlarlos cuando ponga bajo mi autoridad a los Mossos d’Esquadra.
Internacionalmente no tiene usted quien lo apoye: la UE, la ONU y sus miembros, la Fundación Carter, la Comisión de Venecia del Consejo de Europa, todos rechazan sus peticiones y le dicen que nadie puede saltarse la Constitución española según la cual usted es tan dueño de mi Sanxenxo como yo de su Gerona.
Ahora organiza en el Parlamento catalán jornadas sobre las acciones policiales preventivas de mi Gobierno para evitar la locura independentista.
Y se llevan ustedes para presentar España como una dictadura a lo más pintoresco del país: al exjuez prevaricador Elpidio Silva y al periodista tan vocinglero como una viuda de Perón, Ernesto Ekaizer; con estos apoyos nadie puede tomar su causa en serio, mi querido amigo.
Como le dije al especulador de viviendas públicas que ha salido senador por Podemos, cómo se llama, ah, sí, Ramón Espinar, el del padre con tarjetas black, como le dije a ese chico, menos cocacolas y otros excitantes, y más tila, muchos litros de tila.
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SALAS