Revista Creaciones

Querido tío Michel

Por Masqueudos

Estoy triste porque te has ido y me han quedado cosas por decirte. Qué rabia esto de pensar que siempre vamos a tener más días y de repente, se acaban. Qué pena esto de tener que marcharse despacito, tú que ya querías que acabara pronto y que te has ganado el cielo con tus rosarios diarios de Radio María. Vamos a echar de menos tú transistor y ver los partidos repetidos del Real Madrid compartiendo ratitos de silencio. Porque si algo me has enseñado, tío, es que con el silencio se puede estar a gusto y decir muchas cosas a la vez. Y no molesta. Me quedo con alguna de esas tardes que iba hasta tu casa con la cabeza como un bombo y salía tranquila. No hablábamos mucho pero nos entendíamos. 

Recuerdo de pequeña que me intrigaba que todo el mundo te llamara Don Miguel Ángel y saludaras a tanta gente. Con tu gabardina larga y tus gafas de aviador, eras un misterio, diferente al resto de los hermanos. Y luego ya descubrí que Miguelito, el mismo por el que rezaban sus padres en su casa de la plaza de Villaverde para que le fuera bien en los estudios, fue médico, ginecólogo, muy bien profesional y muy exigente, pero reconocido y admirado en la ciudad. 

Yo es que te conocía como el tío Michel, el de los caballos, el de los roscones y las reuniones familiares en Reyes. Cuando éramos pequeñas mi hermana y yo siempre pensábamos que juntarnos todos en las Hermanitas de los Pobres por Navidad era un rollo, bendita ignorancia de la infancia, cuánto daría ahora porque todos volviéramos a estar juntos una vez más: Manuel, Puri, Antonio, Lola, Teo y tú, por supuesto. 

Siempre fuiste muy especial, distinto. Amante del arte, muy amigo de tus amigos, extremadamente libre y a la vez extremadamente familiar. Y hacías magia. Solo tú eras capaz de aparecer con un perro y conseguir que mi familia durante doce años pudiera disfrutar con el snauzer más bonito del mundo. Tú y el señor Isidro me enseñasteis a montar a caballo, y ante el miedo que me daba a veces siempre me decíais «en esta vida no hay que tener miedo, solo cuidado». De tu mano empecé mis prácticas en la Fundación Germán Sánchez Ruiperez y ese fue el inicio de mi profesión, gracias a ti. 

Lo que más he admirado de ti siempre es tu capacidad para estar en lo bueno y especialmente en lo malo. No recuerdo ningún ingreso hospitalario sin tu sombrero, la Gaceta y el bastón en la silla del acompañante. Nadie tenia que pedirte nada. Tú siempre estabas. Y lo mejor de tu compañía, de nuevo, ese silencio que no daba miedo y que se agradece en algunas situaciones. 

Te voy a echar de menos, Michel, los besos de despedida en la calvita y esa risita tan gamberra que no tiene nadie más en este mundo. Voy a echar de menos cómo le cogías la mano a Bruno cuando íbamos a verte en estos tres meses en los que habéis coincidido, un gesto lleno de ternura y de cariño que para mí era de tu parte y de la de Teo, Manuel y Antonio. 

Querido tío Michel

Seguro que ya estás ahí arriba con tu hermana Isabel, a la que tantísimo querías, porque la puerta San Pedro te la tenía abierta y tú confiabas ciegamente en la voluntad de Dios y en la providencia. 

Cuídanos, por favor, yo te prometo que aquí mantendremos tu recuerdo, que no olvidaré nunca que los silencios pueden ser terapeúticos y que Don Miguel Ángel, el ginecólogo, fue también mi tío. 


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