Revista Música

Queridos dictadores (Miguel Poveda - Final!)

Publicado el 25 octubre 2011 por Vanvic68 @vanvic68
CXXIV
"Rata de la més mala delinqüència,
t'esqueia una altra mort amb violència,
la fi de tants des d'aquell juliol."
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Queridos dictadores (Miguel Poveda - Final!)

Luis XVI por los pelos

Para no irme demasiado lejos en el tiempo, empezaré recordando a Luis XVI, rey de Francia, guillotinado por los abanderados de la Primera República Francesa en 1793. Dando un salto de más de un siglo, el zar Nicolás II y su familia no corrieron mejor suerte de mano de los soviets en 1918. Poco antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, Mussolini dio con sus huesos en una plaza milanesa, colgado de los pies, tras haber sido capturado y fusilado por unos partisanos comunistas cuando intentaba huir hacia un refugio de dictadores denominado Suiza. 

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Mussolini y Cia en el secadero

Era el 28 de abril de 1945, dos días antes de que Hitler se quitara la vida en su búnker berlinés en un pretendido acto de evitar el juicio de la humanidad ante sus crímenes y que no hizo sino subrayar el carácter mediocre, mezquino y cobarde del susodicho. Más reciente es el caso de Anastasio Somoza, ex-dictador nicaragüense, que fue asesinado en 1980 en su dorado exilio paraguayo (ofrecido por el no menos sanguinario dictador Stroessner) por un grupo guerrillero marxista argentino (curioso el dato de la calle en la que Somoza sufrió su "accidente": avenida Francisco Franco). 

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Ceaucescu y esposa, muy serios

Cómo no recordar el juicio sumarísimo y posterior fusilamiento de Nicolae Ceaucescu y esposa en el día de Navidad de 1989, a manos de un pseudo-tribunal popular cutre que decía representar al pueblo, o al salvaje Pol Pot, que fue devorado por su propia criatura, los jemeres rojos y extraoficialmente hecho desaparecer en 1998 (oficialmente víctima de un infarto) en medio de la jungla camboyana, donde estaba prisionero. A buen seguro esta lista es incompleta, pero éstos son los nombres más relevantes que me han venido a la cabeza de forma cronológica sin consultar muchos datos en Internet.
Vistas desde la distancia, todas estas ejecuciones de tiranos a manos de grupos más o menos representantes de sus propios pueblos oprimidos nos resultan poco más que guiños irónicos del destino, jugadas maestras escondidas en la manga que el sino les tenía preparadas a aquellos que habían despreciado de forma tan flagrante la dignidad humana. Pero parece ser que la historia es caprichosa y hay quien se empeña en reescribir capítulos que ya han sido contados cientos de veces en los libros. Y así, en nuestro presente, la caída en desgracia de los dictadores de Túnez, Egipto y, cómo no, Libia, nos demuestra que la tozudez humana no tiene fin.
Ante la evitable espectacularización del ajusticiamiento de Gadafi, tan cruel y sanguinario como los crímenes que él mismo cometió, pero casi tan inevitable como el de los tiranos que más arriba he citado, cuyo castillo de naipes se desmorona en el momento en que la sociedad hace click y la autoridad del poder tiránico frente a su pueblo oprimido es definitivamente superada, no hago otra reflexión que la siguiente: si yo me llamara Bashar Al Assad, no dormiría tranquilo en mi Siria encendida.

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Fernando VII, su cara lo dice todo

Curiosamente, aquí en España, no hemos gozado nunca de semejante catarsis nacional, y eso que ocasiones hemos tenido. Reyes absolutistas, los que quieran (ésos Austrias); monarcas extranjeros que negaron su identidad a otros pueblos (ese Felipe d'Anjou), o que hicieron de la corte su cortijo, para vendernos luego al mejor postor -léase Francia- y salir indemnes de la operación (ay, ese Carlos IV y su ínclito Fernando VII, posiblemente el monarca de la peor calaña que pisó suelo patrio) y dos, sí, sólo dos dictadores propiamente dichos: Primo de Rivera y Franco. El primero lo tuvo fácil, pues el rey Alfonso XIII (otro que tal baila) bendijo su golpe de estado al principio y le obligó a dimitir al final. Moría tranquilamente en París a los seis meses de dejar el poder.

Queridos dictadores (Miguel Poveda - Final!)

La vergüenza nacional

Del segundo, qué les voy a contar... A estas alturas mis pocos pero fieles lectores ya saben de qué pie cojeo ideológicamente hablando. Si después de todo esto les digo que el linchamiento a Gadafi me parece una brutalidad, y que lo que les deseo a todos los dictadores es un final al estilo Radovan Karadzic (calentando silla en el Tribunal de La Haya) me tacharán de "bambi", pero mi postura es moral: deseo aquello que dignifique a la raza humana. Pero de ahí a no sentir asco y desear la peor de las torturas a aquellos que han infligido tanto dolor gratuito en nombre de una ideología o religión va un trecho. Y eso de tener a un dictador enterrado en Patrimonio Nacional rodeado de los espíritus de aquellos que fueron obligados a construirle el mausoleo para que todos los años un puñado de fanáticos sigan rindiéndole homenaje público no se ve en ningún lugar del globo. Y es que, ni lo de Gadafi, ni lo de Franco.
Por eso me identifico tanto con el poema de Joan Brossa, Final! Un grito de alegría y asco contenido durante años. Un texto brutalmente directo, una bomba detonada por la sed de justicia y el desencanto de ver cómo Franco se fue de este mundo sin ni siquiera sentir ese miedo que hoy hemos recordado en las caras desencajadas y las miradas ausentes de Ceaucescu o Gadafi antes de morir. Ni siquiera sintió la indignación de un Pinochet ante la incomprensión de un juicio que nunca jamás pensó protagonizar. Ni por supuesto, jamás escuchó las condenas de parte de un tribunal democráticamente constituido como lo hicieron los generales argentinos. Por todo eso se me revuelven las tripas como a Brossa cuando escucho eso de "pues Franco hizo muchas cosas buenas".
Y vamos, por fin, con la música. Por si el poema de Brossa no fuera material suficientemente explosivo, lo que hace Miguel Poveda con él es doblemente valioso. Si eres de los que no has descubierto al cantaor catalán por tener todavía reparos con el flamenco, te aconsejo empezar con este disco en que muestra su versatilidad, más allá del flamenco, cantando poemas de Brossa, Verdaguer o Margarit en la lengua en que fueron escritos. Su interpretación de Final!, a ritmo de tango, es tan desgarradora y emocionante como cualquier soleá a las que nos tiene acostumbrados. Si ya es difícil de por sí ponerle música a la poesía, más lo es cantarla sin traicionar el espíritu de la composición. Pero los genios tienen eso, que si se juntan, crean más arte, más belleza. La rabia que emerge de la obra de Brossa se convierte en un canto de triunfo, el de los que todavía estamos vivos para mandar un mensaje de firmeza a los que nos gobiernan. Una vez más, el arte se pone al servicio de la Humanidad.

Enlaces:
Página oficial de Miguel Poveda: www.miguelpoveda.com

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