Revista Opinión
Creo que os debo una explicación, aunque sea muy general, de mi actuación hasta ahora en esta vida mía, no vuestra.
Ya sé que, aunque fui un eslabón ínfimo en vuestra creación, algo de mí tenéis.
Es evidente que fue vuestra madre la que os trajo a este mundo y la que os guardó durante nueve meses, no lo dudo, ni he dudado nunca, cosa que le estoy muy agradecido.
Pero una vez dicho y escrito esto, algo tenéis que saber, además de lo evidente.
Sabed, queridos hijos, que siempre he deseado lo mejor para vuestras vidas.
Ya sé que vuestra madre siempre os protegió y os dio su amor.
Lógico, yo sé que es así pues tuvimos la dicha de engendraros.
Bien, ya sé que ahora, con los adelantos de la ciencia se pueden engendrar de diferentes formas y traer a este mundo un hijo, pero quiero deciros que cuando vuestra madre y yo decidimos crearos, os digo y sopeso que lo hicimos por amor.
Esto que estoy escribiendo es muy importante, al menos para mí.
No fuisteis creados por un momento de locura, fuisteis creados porque teníamos el convencimiento que, al querernos, os queríamos.
Lo cierto es que, aunque se dice que a los hijos se les quiere por igual, me atrevo a decir que no, no es verdad.
Os queremos a todos con la misma intensidad, pero, en mi caso, tengo diferentes intensidades en cada uno de vosotros, no puedo mentiros, me traicionaría a mí mismo.
Y seguramente os preguntaréis por qué es cierto lo que os digo, pues es sencillo, ya que cada uno de vosotros sois diferentes y esa es la grandeza de la vida, aunque al crearos fue con el mismo cariño e intensidad.
Espero y deseo que sepáis entenderme.
Pues eso, queridos hijos.