Antes que nada, debo aclarar que de pequeño siempre fui muy poco pedigüeño y si en el cole me preguntaban cuál era mi mayor deseo, como un resorte, yo respondía que la paz mundial. Eso sí, en la lista de los Reyes Magos siempre pedía el último modelo de coche de los juguetes Rico. (¡No, el bobo!).
Al margen de eso, nunca tuve fijación por las marcas ni era propenso al capricho. Sin embargo, ahora que soy viejo, me he vuelto codicioso y me desconsuelo por todo lo bueno (y algunas cosas malas también).
Así, ¿para qué les voy a engañar?, querría los abdominales de Aquaman (o en su defecto los recién adquiridos por Elliot Page).
Puestos a pedir, ahora que, por mi díscola coronilla, hay quien me confunde con un monje benedictino, también quisiera los rizos de Bisbal cuando tenía rizos, solo por el puro placer de poder cortármelos cuando me dé la gana. A su vez, me gustaría poseer la guapura y la voz de Miguel Bosé cuando, además de ambas cosas, estaba cuerdo o, al menos, lo parecía.
Por querer, querría el séquito de admiradoras de Brad Pitt, la cantidad de followers en Instagram de las Kardashian, ah y el número de teléfono personal de su cirujano (por si un día decido hacerme donante de michelines). Además, aspiro a tener la fortuna de Bill Gates (aún después del divorcio) y, cuando me jubile, me haría ilusión comprar un banquito con vistas al mar (o mejor aún el banco de Ana Botín) y, en compensación por el niño bueno que fui, ser merecedor de un montón de buenas acciones (a ser posible de Repsol o de Inditex).
Materialismo aparte, a mí, que últimamente ando bajito de moral, tampoco me vendría nada mal el ego de Cristiano Ronaldo. Igualmente, querría la oratoria de Juan Carlos I (es bromita, del emérito lo que me encantaría tener es su inmunidad, que es mucho mejor que un buen chute de Pfizer) y, por supuesto, anhelo la capacidad de síntesis de Pedro Sánchez.
Del mismo modo, quisiera la sinceridad de los borrachos, la mala salud de hierro de cualquier poeta maldito, la tranquilidad del gato de mi vecina que cada mañana dormita en mi terraza al calor de los rayos del sol, la ilusión de los debutantes y la experiencia de los veteranos en un mismo pack, la sonrisa del goloso al ver pasar una furgoneta de Donuts y la alegría de un niño al escuchar la melodía de Lili Marleen de los Helados California.
Pero, sobre todo, y como decía Roberto Carlos, yo lo que más quiero es tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar.
P.D: Cambio colección de Coches Rico por la paz mundial. (Por favor, mensajes por privado).
FOTO: Basilio García Gutiérrez / Art Photographers Group