Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento,
el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.
Lo que parecía ser un largo silencio, se acaba de convertir en silencio definitivo. Anuncian hoy en todos los mentideros informativos que García Márquez padece demencia senil. Que no volverá a escribir. Que su voz escrita se ha silenciado para siempre. Siempre, siempre, siempre…
Recuerdo de pequeño, en Los Hogares, cuando llegaba la época de cuaresma, se recrudecían los sermones amenazantes con las penas del infierno. En una ocasión, no recuerdo si fue D. Antonio Chorot, que era nuestro director espiritual, o quizás otro de los curas que en esas fechas llegaban de refuerzo, haciendo hincapié en la eternidad de las penas del infierno y para que nos hiciéramos una idea del concepto de eternidad, empezó machaconamente a recitar: siempre, siempre, siempre, siempre, siempre, siempre… Y estuvo así hasta que se aseguró que había conseguido aterrorizarnos, cosa evidente con tan sólo mirar nuestras pávidas caras.
Así me he sentido hoy ante el anuncio del eterno silencio de Gabo.