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Nos hemos acostumbrado a valorar a las personas por lo que dicen, o por lo que nos proporcionan, o lo cómodos que nos resultan. Antes un jefe se ponía delante de la tropa y decía “conmigo los valientes” y hasta le seguían. Hoy me temo que unos le mirarían como iluminado, y otros señalarían que el tema no está en su manual de funciones, o que han terminado la jornada.
Y la frase, ya veis, de Napoleón. Un hombre que partió como republicano y término como Emperador. Que masacro sin pudor ni piedad a media Europa y a los franceses, ambos al mismo tiempo. Que jamás le dio importancia a la vida humana, a la que entendía como un consumible para sus fines. Vamos, quizás el ejemplo perfecto de alguien que fue, absoluta y totalmente, el mayor mentiroso de la Europa de su tiempo.
Pero es la frase la que nos ha llegado.