Revista Cultura y Ocio
La forma en que llegan los libros a mi es muy variada y variopinta, aunque he de reconocer que cada vez menos. Cuando iba a trabajar mis breves trayectos en coche coincidían con un programa de promoción de libros que en forma de cuña publicitaria interactiva te ofrecían las delicias de un determinado autor o novela, no han sido pocos los libros que han llegado a mi mano por ese método, entre ellos el primero de Stig Larson o La noche del Tamarindo. Recuerdo que como en coche no podía escribir, porque superpoderes todavía no tengo, cuando llegaba a la oficina buscaba rapidamente la agenda para que no se me olvidara el titulo y el autor o le ponía una calificación para priorizar cuando fuera a la librería.
También es verdad que eran otros tiempos y yo todavía no estaba muy metida en este mundo de blogs y por lo tanto de algún sitio me tenían que llegar las sugerencias que ahora me bombardean desde distinto post y bloggers. Mi otrora agenda se ha transformado en una libretita din A-5 en la que apunto los títulos que me han dado buenas vibraciones y que llamo el plan infinito, titulo brillantemente acuñado por Ale.
Otra forma en la que han llegado muchos libros a mis manos es el boca a boca, y en esa ocasión estoy segura que mas que elegir yo los libros, ellos me han elegido a mí. Me cuesta mucho encontrar fuera de la pantalla a personas con las que poder conversar sobre lecturas, libros y autores, no se si somos una especie en peligro de extinción, o es que lo consideramos tan intimo el hecho de leer que lo llevamos en secreto. La cuestión es que cuando por casualidad he llevado un libro en la mano por no caberme en el bolso, ya por grande el libro, ya por lleno el bolso, me han llovido las sorpresas. Ahhhh pero tu lees, uys yo también leo mucho, me ha gustado mucho ultimamente ... te lo tienes que leer, ya veras que pasada. Y sin darme cuenta me encuentro con el libro en la mano, muchas veces sin que a mi me apetezca su lectura, y como no me gusta tener inquilinos en casa, me toca priorizarlos a la lectura de otros libros que me hacen guiños y me gustaría acometer en ese momento.
El ultimo episodio de ese entrometimiento en mis lecturas, lo viví el día de mi cumpleaños. No podía dejar tanto libro en mi casa, y sobre todo eran difícil de camuflar debido al tamaño de uno de ellos, así que cuando fui a llevar a mi hijo a casa un compañero para que hiciera un trabajo, me los lleve detrás, mi idea era dejarlos en casa mi hermana antes de ir a casa el niño en cuestión, pero me mire el reloj, íbamos a pie, el tiempo apremiaba y decidí pasar por allí a la vuelta. Las bolsas de la Casa del libro no son nada discretas con ese color verde y amarillo, así que cuando la madre del chiquillo me vio con los libros quiso darles un vistazo. Me comentó que quería comprarse el segundo libro del autor de El quinto día, de nombre impronunciable y como no quiero meter la pata, no lo apunto, como da la casualidad de que lo tengo, le dije que yo se lo dejaría en cuanto quisiera leerlo.
Creo que fue allí donde cometí el error, porque ella empezó a recomendarme libros a diestro y siniestro y me di cuenta de que no iban nuestros intereses lectores por los mismos derroteros. Los chicos se pusieron a meter bulla con la perra y ahí termino nuestra aventura literaria. Pero como no somos madres sino madrazas, o dicho en mi lengua diaria, no som mares si no marotes. Se presentaron problemas técnicos con el trabajo, y me tocó llevarlo a mi casa, revisarlo, corregirlo, imprimirlo y llevarme las manos a la cabeza y a los ojos con semejantes faltas de ortografía y despropósito.
Para ello tuve que ir a casa el compañero de mi hijo para copiar en un pen el trabajo, el niño no sabía hacerlo y la madre se horrorizaba solo en pensar que pudiera hacerlo mal. Allí me presento incauta sin saber que era lo que me esperaba, primero me empieza a enseñar su colección de libros, de los que me había leído unos cuantos, después ni corta ni perezosa me enseña sus ultimas adquisiciones entre las que se encontraba La mecánica del corazón, que yo ya había descartado de mi plan infinito, e insistió tanto para que me lo llevará que termine con ese libro y La reina oculta de Molist que también había desechado dentro de mi bolso por no herir sus sentimientos.
Y ahora ¿Quién elige a quién?, Yo elijo lo que quiero leer... o el libro me elige a mí?. Hace unos años hubiera afirmado que era yo quien elegía, ahora cada vez tengo más claro que algunos ejemplares, me eligen a mi, da igual que sea mediante el sistema de préstamo, que mediante el sistema de adquisición, porque cuantas veces no habré ido yo a comprar un libro y habré salido con otro completamente distinto y que en un principio no había llamado mi atención.
Y vosotros elegís vuestras lecturas? o ellas os eligen a vosotros?