Sam es el amigo imaginario de Pablo. Lo más importante acerca de él quizás sea el hecho de que se trata de un marciano. Creo que es verde, pero como yo no lo puedo ver, realmente no lo sé.
Sin duda, es uno de los mejores amigos de mi hijo. No siempre está aquí y no siempre está con él. A veces se va lejos, hasta su planeta (el cual no es Marte, aunque sí sea un marciano… según me explica Pablo), pero tiene una nave espacial tan rápida que puede venir a la Tierra en cuestión de segundos. Aquí es donde este asunto se pone interesante…
Sam sólo viene a visitarnos cuando Pablo tiene algún problema. Déjenme ponerlo de otra forma: cada vez que Pablo dice “ahí viene Sam, ya lo vi”, lo que realmente me está diciendo es “algo sucedió que me hace sentir ―triste, enojado, nervioso, con miedo…”.
Sam siempre está ausente en los momentos de alegría. Pablo ni se acuerda de él. Pero si tuvo un mal día en la escuela o un pleito con algún amigo, Sam viene a nuestra casa a pasar la tarde con nosotros.
La verdad este pequeño marciano ya me ha ganado el corazón. Le agradezco enormemente sus visitas, ya que su “presencia” me indica que en esos momentos Pablo necesita una dosis extra de abrazos y apapachos. Tal vez me cuente qué le sucedió, tal vez no. Pero el hecho de tener a este amigo fiel e incondicional a su lado, parece hacerlo sentir mejor.
A veces Pablo me hace preguntarle a su amigo qué es lo que quiere que le prepare de cenar, pero como tampoco lo puedo escuchar, Pablo nos sirve de traductor. Lo bueno es que todo lo que Sam me pide de comer es invisible. Eso me ahorra el trabajo extra. Por eso no me importa que esté aquí… pero (aquí entre nos), me encanta saber que ya se ha ido porque eso me indica que el corazón de Pablo ya está mejor:
―¡Buenos días, amor! ¿Va a desayunar Sam con nosotros?
―No, ma. Él se fue desde hace rato. Estaba muy ocupado, tenía mucho que hacer.
Sonrío y al ver la sonrisa de Pablo, sé que ya todo está bien.
Adios, Sam… y gracias.
¡Hasta la próxima, querido amigo!