Mario Silva García
Pequeña historia para reflexionar
Durante el cierre del Foro Internacional Antifascista celebrado en el Teatro Nacional en Caracas, septiembre 2013, tras conmemorarse los 40 años del golpe de Estado en Chile, el escritor Eduardo Galeano recordaba a su amigo Salvador Allende:
Allende no mentía cuando advirtió desde el Palacio de La Moneda: Yo de aquí no salgo vivo. Era un hombre de honor. Yo sé que el honor es un producto raro de encontrar, pero él, Allende, contribuyó mucho a restituir la dignidad; la dignidad perdida del lenguaje político.
Creo que nos dejó unas cuantas herencias importantes, todas referidas a la valentía, al coraje y a la dignidad. Nos enseñó que el lenguaje es sagrado, que la palabra humana puede ser sagrada y que a ella nos debemos; y por eso hay que ser muy cuidadoso en lo que se dice para no romper la difícil identidad que se logra en algunos casos excepcionales entre lo que se dice y lo que se hace.
Y con voz emocionada, recordó una frase de Allende que debería ser un dogma para todo revolucionario:
Vale la pena morir por todo aquello sin lo cual no vale la pena vivir.
En ese mismo foro, Galeano contó haber visitado en una oportunidad a Salvador Allende y lo encontró muy triste. Galeano le preguntó cuál era el motivo de su tristeza y Allende le contestó:
¿Ves esa mansión de al lado? Allí vive uno de los hombres más ricos de Chile. Con esa familia trabaja de servicio una mujer muy humilde, que todos los días le limpia la casa, los baños, la cocina por un sueldo miserable; apenas le alcanza para llevar comida a sus hijos. Lo poco que gana es a cambio de limpiarle toda la casa y hacerles el desayuno, almuerzo y cena a esa familia de millonarios… Ayer me enteré, que esa mujer humilde había agarrado la muy poca ropa que tiene y la ha enterrado en el jardín de esa mansión, porque –dice-, que nosotros los socialistas vamos a expropiarle hasta la ropa que tienen los pobres… ¿No te parece absurdo, Eduardo?
Honor, dignidad y miedo
Hace algún tiempo dije y aún hoy mantengo con vehemencia, que el Comandante Chávez no podía ser interpretado caprichosamente al antojo de nadie, pues fue uno de esos casos excepcionales de hombres que hacían lo que decían. No escribió mucho, pero sí dictó cátedra popular casi a diario que, afortunadamente, quedó grabada para la posteridad. Y esa pedagogía natural, espontánea, iba acompañada de la praxis que educaba al pueblo en sus urgencias y abrumaba a quienes le acompañaban y tenían la responsabilidad de cumplir con lo que a su paso se estaba generando. Desde que se hizo pública su presencia en 1992 hasta el año 2013 en que se extinguió su fuerza en la tierra para hacerse inmortal, solo pasaron 21 años. Sin embargo, en dos décadas parecieran no caber tantos eventos de extraordinaria importancia para Venezuela y el planeta. Como diría el Apóstol de la Independencia de Cuba, José Martí: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”.
No obstante, más allá del privilegio que otorgó a quien podía mantener su paso urgente, muchos no entendieron el honor que se tuvo al contar con su confianza. Fue muy fácil para algunos teóricos, resolver las contradicciones a la ligera en tiempos de bonanza; para otros que se montaron en la vorágine de la Revolución, no lograron entender que el imperialismo fue perfeccionando los mecanismos de asedio y fue horadando –por no decir, desnudando-, su poca o nada convicción revolucionaria. Estos “sujetos históricos” implosionarían desde el mismo instante en que sospecharon que el Comandante Chávez moriría y no escatimaron esfuerzo alguno para hablar desde la cobardía y traicionar con edulcurodas frases, a quien pregonaban defender con su vida. Como dijo Galeano: “por eso hay que ser muy cuidadoso en lo que se dice para no romper la difícil identidad que se logra en algunos casos excepcionales entre lo que se dice y lo que se hace”. Parafraseando a Martí: “Todo el honor del mundo cabe en un grano de maíz”. El pueblo, sabio como siempre, ha sabido identificar quién es quién en esta batalla; pues, no tiene nada que perder y mucho que ganar. Nicolás y quienes profesamos ese raro producto de encontrar llamado honor, con todos los errores que hemos cometido, decidimos que es posible derrotar al más grande enemigo de la historia de la humanidad: el imperialismo norteamericano. Chávez nos preparó para estos escenarios, aunque ciertamente, nadie puede estar preparado jamás para la guerra. Pero, cuando se logra superar el miedo con esa creciente sensación de rabia que nos acompaña en busca de la justicia, la dignidad se hace presente y el imperialismo no ha entendido que está a punto de conocer a un enemigo formidable; un enemigo que está dispuesto a estallarle en su rostro, en la piel malinche de los traidores que le acompañen y que reeditará el Decreto de Guerra a Muerte de 1813. Suena duro, ¡Sí! Pero, ¿es que, acaso, estamos dispuestos a repetir con Chávez, el arar en el mar de Bolívar en Santa Marta? Será un Vietnam o un Girón, pero sólo el genocidio podrá arrasarnos y, aún así, nuestros hijos irán germinando desde la tierra para recordarles que no son invencibles.
Ni Hollywood ni Rock and Roll
Es lógico que estemos haciendo hipótesis de guerra, escenarios posibles de intervención y las variables de los guiones que han aplicado los “Think tank” como Elliot Abrams y la locura asesina de John Bolton. Pero, el enemigo ha puesto en la mesa muchas operaciones destinadas a distraer el plan real; lo que no vemos es lo que se convierte en real amenaza.
Hacer un concierto con artistas latinos domesticados por la industria musical norteamericana y su consecuente aparato publicitario, más el brutal apoyo de los medios internacionales, no tumba gobiernos. Menos, si tienen como aliado y cómplice a un gobierno que, de vieja data, ha sido cuestionado por ser el productor y proveedor de drogas del país con más adictos del planeta. Eso lo sabe el Departamento de Estado.
De igual manera, articular a mil o dos mil “voluntarios” con bolsas de la USAID, contentivos de medicinas y alimentos sin control sanitario, para tratar de montar un escenario Benghazi en la frontera, tampoco podrá tumbar a la Revolución Bolivariana. Venezuela no es Libia, los tiempos y las circunstancias son diferentes y no han podido convencer al mundo de las “bondades” que traería para el hemisferio una intervención militar disfrazada de “crisis humanitaria”. Estados Unidos se expone a un rechazo generalizado de la comunidad internacional y a la aceleración de la cada vez más evidente multipolaridad que exige un cambio en las relaciones económicas mundiales, que rechaza la injerencia y el intervencionismo como método neocolonial desgastado y la guerra como herramienta para la ocupación de recursos de países soberanos e independientes. Sus fracasos en Afganistán, en Irak, en Libia y su derrota en Siria, forman parte del largo expediente que ha venido acumulando. Desde la era Reagan y, sobre todo, desde el cuestionado derribo de las torres gemelas y la crisis económica en 2008 -de la cual aún no se recuperan-, la decadencia imperial hoy pretende aplicarnos la Doctrina Monroe y seguir considerándonos su patio trasero con el aval de gobiernitos transitorios que, más temprano que tarde, terminarán bajo el escrutinio de sus pueblos en una nueva y definitiva oleada revolucionaria que avanzará digna y hermosa en toda la América orgullosamente mestiza. Eso también lo sabe el Departamento de Estado y sólo le resta decidir si se retira honorablemente a reordenar su política en las relaciones con nuestra América o comete el error de atizar las contradicciones y que aceleremos los cambios inevitables en el continente.
La soberanía es inviolable y contagiosa
Un acto de fuerza que viole nuestra soberanía, borra las fronteras y da paso a la barbarie. Las oligarquías del continente serán las primeras en caer y esta hipótesis de guerra está en todos los escenarios. Diosdado Cabello fue preciso cuando dijo: “podrán saber cuando van a entrar, pero no sabrán cómo van a salir”.
En las mentes calenturientas del Departamento de Estado, manejan la hipótesis de la recolonización de América Latina y la desaparición forzada de cualquier ideología ajena a sus intereses. Esto, solo será posible por la fuerza y, de seguro, no podrá ser concretado jamás. La razón es muy simple: las características geográficas le son adversas y nuestros pueblos no lo permitirán.
¿Por qué las oligarquías serán las primeras en caer?
En el escenario de ocupación gringa, las oligarquías serán arrasadas y tragadas por las transnacionales para asegurar el control societal. Los títeres que impongan, sólo obedecerían a la fachada política. La seguridad, el desarme de ejércitos locales y la economía serían prioridad para el imperio.
En el escenario seguro de respuesta e insurgencia de los pueblos que, a corto, mediano o largo plazo obtendrán la victoria, de igual manera las oligarquías desaparecerían. El que propició, aupó y apoyó la intervención imperial, será considerado enemigo y será tratado como tal. No es una amenaza, es un hecho real; nuestros pueblos están hartos de los Santanderes y apellidos “honorables” que, a nombre de la libertad, han apoyado dictadores genocidas y luego han negociado treguas y reconciliaciones con las mismas oligarquías que encubrieron el genocidio. No pueden esperar más perdones. Definitivamente, la paz sin justicia, se ha convertido en un suicidio colectivo.
A estas alturas, no puedo asegurar quién gana o quién pierde. En la guerra todos pierden. Pero, si nos la imponen, qué esperan que hagamos. No vamos a quedarnos con los brazos cruzados.
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