Cierro los ojos y veo a mi bebé, desperezarse lentamente. Mueve los bracitos, abre los ojos, sonríe, su ritmo es pausado.
Pero de repente, a los padres nos entran las prisas. Tenemos que salir corriendo, la vida se nos acelera. Pensamos que los niños nos cambian la vida, pero es más bien, que nosotros les cambiamos la vida a ellos. No respetamos sus ritmos, sus sueños, su hambre. Padres reloj en mano, controlando cuándo darle de comer al bebé, para que cuadre con el resto de tomas. Adelantando comidas, dormidas para que los padres puedan seguir con sus vidas.¿Y no nos hemos parado a pensar, si no es más fácil que seamos nosotros los que aprovechemos los tiempos? Como adultos somos más flexibles, entendemos mejor horarios. Somos más razonables.
¿Quien dijo que ser padre era fácil? ¿Que no teníamos que renunciar a nada?Al final, ¿Qué es la vida sino un devenir de situaciones? Pues yo no quiero un devenir de situaciones, quiero ser la que coja las riendas, la que dirija el momento. Yo decido lo que quiero. Y lo he decidido:
Quiero disfrutar el día a día de mis hijas. Quiero ir al ritmo de ellas. Las prisas no marcan mi vida.Con ello no quiero decir, que en nuestra casa no haya rutinas establecidas, porque sí que las hay. Y no, no vivimos en una tiranía marcada por las peques. Pero creo que muchas veces se nos olvida, que los niños son niños, y que no tienen que ir a remolque nuestro. Sino que debemos ir acompañándonos en el recorrido de la vida.
Todo es cuestión de proponérnoslo.