Revista Libros

¿quién mató a la asesina? capítulo 1

Por Isladesanborondon
¿QUIÉN MATÓ A LA ASESINA? CAPÍTULO 1   
   Sí señor, lo confieso. A mi marido yo lo maté. No se crea, me dejó un gran vacío: el otro lado de la cama, la mitad del armario, mucho espacio para mis muñecas, el televisor y el tresillo todo para mí.  Cuando vivía, él solito llenaba la casa entera. Ciento ochenta kilos se dicen deprisa pero caminan despacio. Además de una pensión, me dejó el silencio. ¡Ay Dios que gusto!, no oír más esa caja de eructos, pedos, toses y malas palabras… Él siempre andaba amedrentando… ¿Ahora? Ahora es la Gloria Padre. Canto cuando me da la real gana pongo la radio o hablo con el canario, y más naide se mete conmigo. A todas horas me digo: Candela, ¡cómo no se te ocurrió antes! Con lo bien que estás tú ahora. Usté me pregunta si me pesa y yo le respondo que nadita. Nadita me pesa lo que ha hecho. Mucho fue lo que sufrí, m’hijo, yo no merecía tanta amargura. Cuando una se casa no se le pasa por la cabeza que la persona que dice que te quiere tanto, sea capaz de matarte a disgustos. Pero desgraciadamente  ocurre a veces,  y a mí, en esa rifa, me tocó el primer premio. 
Y así pasó que una tarde empezó a chillar como un cochino que le dolían las tripas. Se le agarrotó el cuerpo, dándole calambres muy de seguido. ¡Me muero!, gritaba. ¡Me muero!, decía, con el susto en los ojos, como si estuviera viendo al diablo abriéndole las puertas del infierno. Pa mi gusto que Carmelo cayó en la cuenta de lo ruin que había sido conmigo y no quería marcharse de esa manera. Al fin y al cabo, quién no se quiere ir contento al otro barrio… Me voy Candela, dijo con un hilito de voz que apenas le salía de la papada. Pues a mí no me esperes, que a este viaje no voy contigo, pensé para mis adentros.  El miedo lo tenía trabado en los ojos y en la boca. Hasta me dio pena, el pobre. Temblando de aquella manera que parecía que iba a salir volando con la cama y todo. Yo estaba quietita a su lado, mirándolo fijamente, esperando a que pasara todo. Si usté lo llega a ver…, como una cuca, patas arriba, peleándose con la muerte…Daba penita verlo. Si digo otra cosa, miento. Y de pronto,  se quedó tieso, todo encalambrado.  Ni después de que estirase la pata se le desapareció el susto.  Se quedó tiesesito. Ni siquiera los que lo metieron en la caja le pudieron aliviar aquel entumecimiento. De todo esto me acuerdo, ¡claro que me acuerdo, m’hijo!, como si fuera hoy.    ¿Que si lo quería un fisco? Claro que lo quería. Lo quería  en el fondo del hoyo.  Y mire que yo creí que no era mujer rencorosa pero a una la sangre le hierve en silencio un día y otro día, y esa calentura crece, y entonces cualquier cosa que él hiciera yo la tomaba a mal, como si se estuviera riendo de mí, y yo me sentía ofendida, y entonces ese dolor se seca, se hace callo, algo duro queda aquí dentro, en el pecho,  y en vez de creerte poca cosa, ocurre todo lo contrario, te vas envalentonando y te haces fuerte y peligrosa. Lo mismo le pasa a los perrillos, a los que su dueño muele a palos, y un buen día, sin ninguna explicación, los amos aparecen muertos, y nadie entiende como el animalito pudo hacer tanto mal. Si el perrillo ni ladraba, dirán todos. Esto no se entiende, dirán. Cosas raras que pasan, dirán.
No se crea, que esto me ha dado que pensar y me ha dado mucha pena darme cuenta que yo pudiera guardar tanto odio.… No me siento orgullosa.  Si usté me llega a conocer antes, de jovencita. Antes no era así, me he ido volviendo de esta manera.  Alamejor ya era una mala mujer, y lo he sabido ahora, pero yo le digo que naide puede entender la desgracia hasta que no la sufre en sus carnes.

Volver a la Portada de Logo Paperblog