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Pero volviendo a los ludditas, no encontramos al respecto más que unos cuantos relatos en primera persona y una tradición prácticamente secreta, principalmente por que se proyectaron a sí mismos en sus actos y no en una ideología.
Pero ¿esto es todo?. Stearns, quizá el comentarista más cercano a los hechos, escribió: «los ludditas desarrollaron una doctrina basada en las supuestas virtudes de los métodos manuales». Casi les llama
con condescendencia «los miserables retrasados», y hay seguramente algo de verdad en esta afirmación. El ataque de los ludditas no estaba ocasionado por la introducción de máquinas nuevas, como suele creerse, puesto que no hay ninguna evidencia de ello en 1811 y 1812, cuando el luddismo comenzó a actuar. La destrucción se practicaba sobretodo contra los nuevos métodos de producción
chapucera, dictados para hacer funcionar las nuevas máquinas. No era un ataque contra la producción sobre bases económicas, sino que era ante todo la respuesta violenta de los obreros textiles (pronto secundados por otros) a las tentativas de degradación en forma de un trabajo inferior: baratijas, piezas montadas deprisa y corriendo, eran por lo general las causas principales.
Las ofensivas ludditas generalmente correspondieron a períodos de depresión económica; el motivo es que los patronos aprovecharon en ocasiones tales períodos para introducir nuevos métodos de
producción. Pero también es cierto que no todos los períodos de pobreza engendraron luddismo, pues este aparecía en zonas no especialmente empobrecidas.
Leicestershire, por ejemplo, fue el peor punto en los malos momentos y era una zona productora de manufacturas laneras de la mejor calidad; Leicestershire fue un poderoso núcleo luddita.
Preguntarse qué podía tener de radical un movimiento que al parecer «se limitaba» a pedir el abandono de las labores fraudulentas es no captar la íntima verdad de un supuesto acertado, que ambas partes asumieron entonces: la relación entre la destrucción de maquinaria y la sedición. Como si la lucha del productor por la integridad de su trabajo vital pudiera llevarse a cabo sin poner en tela de juicio el capitalismo entero. La petición del abandono de labores fraudulentas supone
necesariamente un desastre y, en la medida en que se exija, una batalla de derrota total o victoria total. Lo cual afecta directamente al núcleo de las relaciones capitalistas y a su dinámica.
Otro aspecto del fenómeno luddita generalmente considerado con condescendencia a base de ignorarlo por completo, es el aspecto organizativo. Los ludditas, como ya sabemos, golpeaban
salvaje y ciegamente, mientras que sólo los sindicatos proporcionaban formas de organización a los trabajadores. Pero, de hecho, los ludditas se organizaron local e incluso federalmente agrupando a los
obreros de todos los ramos con una coordinación sorprendente.
Evitando cualquier estructura alienante, su organización, sabiamente, no era formal ni permanente. Su tradición de revuelta carecía de núcleo y prevaleció durante largo tiempo a modo de «código no
escrito»; la suya era una comunidad no manipulable, una organización que se sustentaba en sí misma. Todo lo cual, desde luego, resultó esencial para la aparición del luddismo y para su enraizamiento. En la práctica, «ningún nivel de actividad de los magistrados ni la ampliación de los contingentes militares extirpó el luddismo. Todos sus ataques revelaban un plan y un método», constata
Thompson, que da crédito también a su «altiva seguridad y a sus comunicaciones».
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