Revista Cultura y Ocio
Para todos los que usan los productos de nuestros competidores, feliz día del padre. A los creativos de Durex les sobró la imagen: les bastó un chiste. Uno de esos que una vez escuchada no olvidas. Vas con la frase en la memoria como quien lleva un chisme que desea contar al primero que encuentras en el camino. El mundo es de los que saben manejar el lenguaje. Incluso es de los que, en ese manejo, hacen que los que escuchan polemicen. El mérito consiste en ser conciso, en impactar dentro de esa minima rendición de ingredientes semánticos, en convertir el mensaje en una especie de estribillo de una buena canción pop. Siempre admiré a quienes se expresan con precisión. Los que, al hablar, prescinden de coletillas, eluden información prescindible y cuentan exactamente lo que desean a la manera en que un poeta criba el verso para que entre en el soneto. No se trata de medir las sílabas ni de armar un artefacto poético. Tengo yo la manía justamente contraria. La de extenderme, la de bordear la precisión, sin censurarla del todo, paseando por los alrededores. Ignoro si ese vicio mío en lo hablado se refleja también en lo escrito. Creo que hablo más que escribo y eso contando conque hay días en los que de verdad que escribo mucho. No valdría para creativo de una empresa como Durex. Sospecho que no contarían conmigo a poco de conocerme un poco. Visitado a fondo soy un tipo adorable que usa pocos adverbios en su parlamento habitual. De lo inglés me fascina cómo calzan los adverbios en cualquier frase que hacen. De cómo convierten la retórica en una impresión acústica de una plasticidad insultantemente hermosa. Un buen inglés, incluso uno no especialmente (otro adverbio) afectado, se esmera de un modo admirable en el manejo ése del que escribía al principio. Todavía me emociona la sensación de plenitud lingüística que siento cuando escucho a cualquier de esos pulcros y dignos mayordomos de las películas de Ivory o de los impecables seriales de la BBC. ¿Lo ven? He empezado escribiendo sobre la maravillosa imaginación de algunos publicistas, aunque lo que ponderen sea un vulgar (y útil) condón, y he terminado divagando como suelo. Confieso que si no fuese por esta manifiesta versión verborreica de mí mismo que vuelco en mi página no habría página, lo cual me conduce a pensar, a la vista de lo irrelevante que es y en lo canijita que la voy dejando, en la necesidad de ir desocupando el puesto de escribidor e instalándome en la columna estilita en la que, a buen recaudo, pueda leer, ver cine, pasear con mi mujer, sestear a destajo, en fin, todas esas buenas cosas que uno no podría hacer si se toma este oficio demasiado en serio. Es curioso cómo quien no tiene nada que decir termina casi siempre hablando sobre sí mismo. Esto parece sacado de una línea de un texto de cualquier personaje de los ochenta del gran Woody Allen. Mientras tanto, ah lector cómplice, ah buen amigo, pensemos en todos los que celebran el día del padre y se castigan por no haber leído el anuncio de Durex antes. Ya lo dijo Roald Dahl en boca de su amado Willy Wonka: la familia es un entorno difícil para ser creativo. Algo así. Últimamente me cuesta ser preciso. A mi modo, que solo yo a veces comprendo, me encanta el ser errático que pugna con el metódico. Hoy ha ganado por goleada el primero.