Entre los placeres del domingo por la mañana suelo tener el de desayunar en el sofá mientras veo ¿Quién vive ahí?, un espacio de La Sexta en el que las cámaras entran en grandes y lujosas casas con el permiso de sus dueños, que actúan de anfitriones. De entrada, compruebas lo que ya todos sabemos: que la crisis afecta a los de siempre. A lo largo de los distintos programas que he visto he llegado a la conclusión de que en este país hay dos tipos de ricos: los que no solo hacen gala de su riqueza, sino también de su estupidez, y los que son ricos, por diversos motivos, pero que parecen, al menos parecen, personas con cierto grado de normalidad.
Escena del programa dedicado a la casa del exfutbolista Fernando Hierro. Este es de los que parecía normal. Foto: http://www.abc.es
Cuando las casas que visita el programa están habitadas por estos últimos, es posible que hasta olvides en cierta medida el insulto y la falta de ética que para supone exhibir el lujo sin ningún tipo de rubor en los momentos actuales. Entonces puedes recrearte en bonitas paredes, muebles de diseño, jardines maravillosos, piscinas de infarto o camas con las que alguna vez has soñado. Sus dueños suelen ser profesionales liberales que han hecho mucha pasta y la han invertido en tener una vivienda a medida.
Sin embargo, luego está el especimen de familia hiper clásica, forrada hasta las trancas, algunos vinculados fijo con el Opus Dei (esto es una opinión personal), y que durante la visita no hacen mas que demostrar que el dinero no hace el gusto. Horror de muebles, horror de lámparas, horror de cuartos infantiles… Eso sí, la protagonista del pequeño tour por los 500 metros cuadrados de piso siempre es la madre de la familia, que explica que su marido es empresario y que le gusta la caza, momento preciso en el que el cámara enfoca no menos de cinco cabezas de animales expuestas como trofeo. Ella es híper guapa, delgada, madraza de sus tropecientos hijos y cuando le preguntan que a qué se dedica, además de a criar hijos, piensa que queda muy chic decir alguna ocupación independiente y suelta la gran frase de “bueno, yo en realidad ayudo a mi marido”. Fantástico.
Señores de La Sexta: háganme el favor de no mezclar en un mismo programa a un rico terrateniente con millones y sin gusto con un arquitecto, también con dinero, pero con una casa que, de verdad, da gusto ver, aunque me genere contradicciones internas.