Si llegaste hasta aquí es porque tienes la idea, aunque sea pequeñita, de comenzar un viaje. De vivir en esa posibilidad constante de explorar paisajes y otras vidas; de encontrarte a ti mismo en cada parte del camino recorrido. Ya lo dijo Lao Tsé: “un viaje de mil millas comienza con el primer paso” y entonces, lo que queda es hacerle caso al instinto y dejar que ese revoloteo de emoción en el estómago se convierta en el guía perfecto para iniciar la aventura.
Pero siempre nos asaltan las dudas y la maleta comienza a llenarse de ese sobrepeso innecesario que es arrastrar con los miedos propios y de quienes nos rodean: ¿por qué te vas por tanto tiempo? ¿y ya sabes dónde vas a dormir? ¿te alcanzará el dinero para comer? ¡Pero mejor visita dos o tres cosas y ya! ¿cómo que no sabes bien a dónde irás? ¿y a quién conoces por allá? ¡Eso es mucho tiempo! Y yo me pregunto, ¿quién sabe cuánto es mucho tiempo? Y algo más: eres tú quien va a viajar, nadie más.
Cada quien tiene su forma de viajar. Yo siempre he necesitado hacerlo despacio, porque no puedo entender a las ciudades en pocos días. He aprendido a dejar que el viaje suceda, y que los momentos de serenidad en los que parece que no se hace nada, también son parte de esa aventura. Pero hay quienes prefieren cubrir la mayor cantidad de cosas en el poco tiempo que tengan, o aquellos que buscan más la naturaleza, o los que prefieren estar en un resort cinco estrellas con todo incluido. Hay que saber es que todo es válido, que cada viaje es necesario para cada quien; que puedes viajar como quieras y nadie te puede decir lo contrario.
Lo importante es decidirse.
No hay fórmulas definitivas para comenzar el viaje. Uno se va moviendo según le van dictando las ganas y los sueños guardados, y la primera barrera que hay que derribar es la de creer que hacerlo es imposible, que ese destino queda muy lejos, que se necesita una bolsa gigante de dinero para alcanzarlo. Viajamos porque queremos vivir otras historias, porque nada nos es suficiente. Y créanme, nunca faltará quien te diga que no puedes hacerlo, que debes poner los pies en la tierra, que no es tan fácil como lo imaginas, que debes esperar a estar más estable, que así no se hacen las cosas, que uno no puede vivir solamente de viajar y cientos de prejuicios más que les enseña la rutina, el día a día tan lejano de todo.
Empecemos por el principio: tienes que ahorrar. Si ya tienes el viaje en mente, si no haces más que pensar en eso; si ese viaje se ha vuelto tu obsesión, entonces tienes que cambiar la manera de ver las cosas, organizar las prioridades, reducir los costos, dejar de ir al cine, al restaurante, de comprar la botella de vino para algún fin de semana, tomar menos taxis y viajar más en metro o caminar, no comprar lo que no necesitas aunque intentes decirte que realmente lo necesitas. Ahorrar, ahorrar y ahorrar. Cada moneda cuenta y seguro al principio creerás que tienes muy poco, pero cuando llegue el momento de salir, sentirás que valió la pena el “sacrificio” y lo entrecomillo, porque cuando ya estás en esto, no piensas en otra manera de vivir. Todas las ganancias que entren, por más pequeñas que sean, siempre van a tener un final feliz para completar algún boleto, para colocar otro sitio en la ruta, para rentar una bicicleta y conocer alguna ciudad así (¡sueño con eso!), para seguir visualizando y viajando.
Luego, tienes que quitarte de la mente que todo es absolutamente difícil, complicado y peligroso. Cuando viajas, cuando te permites hacerlo de verdad, te darás cuenta que hay que aprender a confiar (eso no quiere decir que no seremos astutos), que las limitaciones están en la cabeza. Suena a lugar común, pero es cierto que viajar amplía la mente ¡y en todos los sentidos! Es así como un día te puedes ver a ti mismo conversando sobre algo que jamás pensaste que contarías, o subiendo al carro de un extraño (sí, de un extraño) que te dice que no estás en buena zona y que te va a ayudar a salir de ahí, o dándole tu número de teléfono a otro que apenas acabas de conocer en un tranvía, pero que dentro de una semana va a estar en la misma ciudad que tú y te la quiere enseñar. Entonces, cuando llegas a casa, ligero de equipaje, lleno de emociones, vas a recordar todo lo que te pasaba por la mente antes de salir y que te instalaron allí como un chip. Caerás en cuenta que sobreviviste, pero sobre todo, que lo quieres volver a hacer.
¿Qué te lo impide? ¿Por qué siempre hay que pensar primero que para viajar se necesita tener una gran cantidad de dinero? Vamos, que si me quiero ir a Grecia mañana, claro que no puedo, pero si lo tengo en mente ¿quién me va a decir a mí que no lo haré el año entrante? Somos los primeros saboteadores de nuestros sueños y sin ánimos de sonar a coach motivacional, en cuanto se logra derribar esa barrera mental, entonces todo comienza a fluir de manera asombrosa. A mí me han dicho cosas como esta: que soy millonaria, que tengo un novio (millonario, claro) y no digo que estoy viajando con él, que tengo un secreto que no cuento, que todos mis viajes me los pagan, que soy afecta al gobierno y por eso se me hace tan fácil (¿?) Imagínense.
A ver, fácil no fue. Y no lo es algunas veces. Cuando decidí que quería viajar y escribir (hace ya cinco años) apenas hice un viaje en todo un año. Uno solo y duró cinco días. Pude haber tirado la toalla, arrepentirme de haber renunciado a mi trabajo y volver a buscar un horario de oficina, pero insistí y el año siguiente me fui por dos meses y luego más, cada vez más. Cuando mi escritura comenzó a fluir, el ánimo se me acomodó y comencé a ver viajes por todos lados. A lo mejor fue de tanto leer a Robert Louis Stevenson, el mismo que dijo que “lo importante es moverse”. Entonces, no supe quedarme quieta nunca más.
Si les da miedo aventurarse, comiencen por su propio país: hablan el mismo idioma, manejan la misma moneda, estás en un territorio lleno de manías que no le serán desconocidas. Hablen con otras personas, pregunten, miren con otros ojos. Confíen en sí mismos y en los pasos que dan porque son esos pasos los que los van a llevar a otras latitudes, no importa qué tan lejos estén. Siempre lo digo: el mundo está ahí para recorrerlo, lo único que debemos hacer es ponerle un poquito de coraje y decisión.
Este post se lo dedico a todos los que alguna vez me han escrito, por cualquier vía, preguntándome cómo hago para viajar. Ojalá consigan alguna seña que los lleve a la ruta, a hacer el gran viaje o a alcanzar el sueño que quieran, sea cual sea.
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