Revista América Latina

Quiero hablar de luciérnagas. De marcianos y luciérnagas.

Publicado el 07 marzo 2014 por Adriana Goni Godoy @antropomemoria

annileddi di picuraru/ Space Invaders

21 de noviembre de 2013

Con todo mi agradecimiento, a los que nos acompañaron en el aterrizaje.

 

 

Cannileddi di picuraru

-Space Invaders-

Quiero hablar de luciérnagas. De marcianos y luciérnagas. En los años setenta el inquieto Pier Paolo Pasolini, cineasta italiano, poeta comprometido, novelista certero, ensayista lúcido, comunista incómodo, marxista y homosexual, publicó en un artículo para el Corriere de la Sera su conocido escrito sobrelas luciérnagas. En él, a rasgos generales, hablaba del momento en el que desaparecieron las luciérnagas en Italia. Cannileddi di picuraru, velitas de ovejero, como las llamaban los campesinos. Tan difícil era la vida del pastor cuidando sus rebaños en la noche, que la naturaleza le regalaba luciérnagas como vestigios de luz en la temible oscuridad. Temible porque los que solían quedar al cuidado de las ovejas por la noche siempre eran los niños. Pero según Pasolini, en los años sesenta, como resultado de la sociedad de consumo, producto de la contaminación, las luciérnagas, que él jugaba a cazar cuando niño, desaparecieron. La noche italiana nunca más tuvo luciérnagas, a partir de ese momento fueron sólo un recuerdo de la infancia. Luego, Pasolini hace una división de la vida política italiana usando esa imagen, dividiéndola en dos fases temporales, una desde el fin de la segunda guerra hasta la desaparición de las luciérnagas y otra desde la desaparición de las luciérnagas hasta el momento en el que escribe el artículo.

Yo nunca he visto una luciérnaga. Ni siquiera sé si en Chile existen o si al igual que en Italia son parte de un pasado imposible de resucitar. Se me antoja pensar en los marcianitos del Space como esas luciérnagas fosforescentes que iluminaban las noches o más bien los largos y pegajosos días de esos extraños tiempos en quenos tocó ser niños. Marcianitos que intentaban bajar a tierra, pero que eran eliminados una y otra vez por las fuerzas terrícolas. Marcianitos que llegaban apatotados, en bloque, que con decisión intentaban hacerse un lugar entre las balas, pero que finalmente siempre terminaban derribados. A partir de un momento dejamos de jugar con ellos. Las consolas fueron cambiadas por otrasplataformas de juego y los marcianitos verde fosforescente, siempre dispuestos a morir, terminaron olvidados, rezagados, quizá escondidos en algún cajón oscuro como suele ocurrir con los juguetes viejos.

Creo venir de una generación de marcianos. Recuerdo a un ejército completo marchando en la Alameda el año 1985. Recuerdo las pancartas, los gritos, las consignas. Recuerdo a los que fueron los líderes de toda esa legión extraterrestre, marcianitos de quince años, con uniforme escolar, enarbolando estrategias serias y discursos claros con sus voces recién cambiadas, con sus bigotes estrenándose bajo la nariz, dispuestos a todo por la invasión alienígena. Recuerdo el ánimo y el arrojo de las bases marcianas que avanzaban con fuerza entusiasmadas por la energía colectiva, por la posibilidad del cambio, y me pregunto, así cómo se pregunta Pasolini por las luciérnagas, dónde fue a dar toda esa descarga de luz. De un momento a otro, una vez llegada la democracia, todos esos marcianos, que pensaban cambiar el escenario, desaparecieron, y ahora no son más que un recuerdo de la infancia.

Pienso en los hermanos Rafael y Eduardo Vergara Toledo, de dieciocho y veinte años respectivamente, que murieron baleados por agentes de carabineros en la Villa Francia donde vivían. Pienso en Marco Ariel Antonioletti, ex dirigente de la Federación de Estudiantes Secundarios, asesinado a los veintidos años de un tiro en la frente en la casa un personero concertacionista, Juan Carvajal, en plena democracia, a manos de una brigada de la PDI. Pienso en la Pili Peña, mi compañera de curso, detenida a los veinte años por ser Lautarista. Pienso en todo el tiempo que pasó encerrada, pienso en que crió un hijo y terminó sus estudios en la cárcel. Pienso en todos los que con lucidez adivinatoria pronosticaron a sus dieciocho años que lo que se venía en democracia era la consolidación de un sistema que no les daría espacio, que agudizaría las diferencias, y que los dejaría afuera. Pienso en su decisión de seguir dando la pelea en la clandestinidad, invisibles, dispuestos a romper el mundo que conocían y que no les daba ni les daría un espacio. Pienso también en los más obedientes, en esos jóvenes dirigentes que pensaron que el Control de Mando iba a darles un lugar en el escenario político, y esperando esa oportunidad se les fue la juventud porque la repartija fue para otros. Pienso en los que no quisieron molestar el proceso, pienso en los que le concedieron a la democracia la oportunidad de ser, pienso en los que no quisimos molestar para que las cosas funcionaran, pienso en los que se refugiaron en lo íntimo, pienso el los que se sintieron fracasados, huérfanos, desolados, y se reventaron hasta morir tomando, drogándose, asaltando bancos. Pienso en los que se insertaron en el modelo, pienso en los que se volvieron apáticos y descreídos y tristes y cambiaron de color, dejando el verde fosforescente por el gris. Pienso que vengo de una generación de marcianos secuestrada. Un ejército de adolescentes, punta de lanza barata con apellidos de mierda, proveniente de liceos de mierda, sin tradición ni vista a la cordillera, sin idiomas extranjeros con los que defenderse, cabecitas negras tirándose a la piscina a poto pelado, actores secundarios, o más bien tramoyas, preparando el escenario para los otros, siempre para los otros. Una generación que por distintas razones, o quizás sólo por una, terminó fuera del paisaje histórico, escondida, guardada en un cajón donde van a dar las luciérnagas y los juguetes usados.

Termino este escrito y me entero que Gabriel Boric, 27 años, ha sido electo diputado por la Región de Magallanes. Su rostro encendido y feliz junto al de Giorgio Jackson, 26 años, al de Camila Vallejos, 25 años, y al de Karol Cariola, 26 años, desfilan por la pantalla televisiva mientras el locutor de turno dice que algunas figuras del movimiento estudiantil han sido electas para entrar al Congreso. Al verlos pienso en otros nombres como el de Francisco Figueroa o el de Daniela López. Complicidades más o complicidades menos, cuando pienso en todos ellos se me antoja cerrar hablando otra vez de luciérnagas. De marcianos y luciérnagas. De cajones abiertos y de juguetes que nunca deben perder vigencia. Lucecitas fosforescentes que comienzan a bajar del espacio y a iluminar la temible oscuridad. Cannileddi di picuraru, velitas de ovejero. Vestigios delicados de luz que tenemos el deber de cuidar para que los niños que protegen el rebaño no sean otra vez aplastados por las fuerzas terrícolas. Mantener las luces encendidas para que ellos sepan que no están solos.

Nona Fernández S.

Santiago de Chile, 20 de Nov de 2013

-Lanzamiento Space Invaders, Editorial Alquimia-

-33.469120 -70.641997

Volver a la Portada de Logo Paperblog