Revista Opinión

Quiero odiarte, pero no tengo otra que amarte

Publicado el 29 junio 2011 por Ruben85 @Rumenez

La fila ordenada esperaba impaciente. Alrededor de trescientas personas en pie, deseaban pasar de una vez la frontera. Entonces los agentes fronterizos se pusieron a revisar persona a persona. La nueva Santa Inquisición, los agentes fronterizos utilizaban su máquina diseñada para acusar a uno u otro, cuando le tocaba a alguien debía pasar a un cuarto conjunto, pequeño, donde debía prepararse y rezar por salir indemne de la situación. El silencio se hacía presente, la gente sudaba por los nervios y el corazón se aceleraba y comprimía en un puño, algunos con nudos en la garganta, otros con la mirada perdida. Yo y mi mujer avanzábamos poco a poco, mientras los agentes seguían alzando su dedo acusador a unos y otros, que cabizbajos pasaban a la habitación conjunta. Sabía perfectamente que a nosotros también nos podrían señalar, y en tal caso, tendríamos que esforzarnos por convencerlos de que viajaríamos sin quebrantar las leyes. Ya casi estábamos a las puertas, mi mujer me dio un suave beso con sus gruesos labios, me supo tan dulce que por momentos me tranquilizó.
La agente fronteriza, digo la señorita azafata de Ryanair dirigió su dedo acusador a un hombre anciano y barbudo que caminaba delante nuestra, le invitó delicadamente a que comprobara su pequeña maleta en la Rynallotina, que no era más que unos hierros soldados en forma de rectángulos con las medidas obligatorias, 50 x 25 x 10 cm. Por supuesto, los “inquisidores” inventaron una santa maleta que cumplía todas las reglas de la verdad divina y que seguramente no se obtenga por menos de 50 lereles. El viejo forzaba la maleta pero no conseguía introducirla en el rectángulo, se quejó en un alemán fino (Aunque seguramente diría cosas feas) y pasó a la habitación contigua, donde le dirían gentilmente que su maleta medía 52 x 26 x 11 cm. Y que por tanto llevaba sobrepeso, lo que podría solucionar abonando la simpática cantidad de 40 lereles. El viejo refunfuñaba, y enseñó un billete de esos que dan en ventanilla, (Qué por olvidarse imprimir la tarjeta de embarque en cualquier locutorio por no más de 0,5, en ventanilla le habrían cobrado otros 40 lereles por el favorcillo) el pobre reclamaba en un mal español que el viaje no le había costado más de 20 y que era una injusticia.
Continuará....Rubén Jiménez Triguero


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