Normalmente, cuando tenemos problemas empezamos a buscar las soluciones fuera. Y da igual hablar de trabajo, que de familia, que de los hijos o la pareja.
Es más fácil buscar, y buscar… incluso preguntar a otros sobre posibles soluciones.
Tanto en las empresas como en la familia echamos la culpa a los demás de todo lo mal que nos va, de todo lo que no nos sale de la falta de organización y tiempo. Son los demás los que no nos entienden y no hacen las cosas como les hemos dicho (o damos siempre por hecho que saben lo que pensamos).
Tanto en el trabajo como en casa pasamos mucho tiempo lamentando precarias situaciones, momentos desagradables y situaciones inconcebibles porque los demás no ponen de su parte ni hacen nada por nosotras.
Pedimos, explicamos, hablamos, repetimos… y acabamos exigiendo de modo poco fructífero … y todo sigue igual.
Pero, ¿y si la solución no está fuera de nosotras sino en nosotras mismas? Si el problema es nuestro, somos nosotras las que tenemos que encontrar el cómo solucionarlo porque, o lo hemos creado, o sabemos de donde partimos… verdad?
O, ¿ será que no sabemos pedir?
Realmente, ¿comunicamos lo que queremos comunicar?
¿Sabemos transmitir de un modo efectivo/afectivo?
Hemos olvidado que, desde el nacimiento nos comunicamos para poder conseguir cosas (teta, cambio de pañal, tenemos frío, queremos mimos…) pero al llegar a la etapa adulta, pasamos de pedir a dar por hecho que nos tienen que dar porque así lo queremos recibir.
Nunca estaremos conformes con los demás, si nosotras mismas no sabemos lo que queremos ni tenemos claro hay donde vamos.