No quiero ser como tú. Quiero ser como yo. No quiero tu perfección. Quiero mis defectos. Son solo míos. Me pertenecen, además les he cogido cariño. Prefiero equivocarme. Aprender de mis errores y rectificar, antes que pasarme de listo. No quiero ser tan sabio, pero desde luego, que tonto no soy.
No quiero ser tan guapo. No quiero ser tan alto. Simplemente prefiero ser como yo. Con mis fallos. Con mis temores. Con mis inseguridades. Con mis meteduras de pata, pero ante todo, quiero ser humano.
Tan solo persona. Imperfecto. Como todo el mundo, ¡excepto tú!, que eres perfecto. Más que eso. Eres pluscuamperfecto. Pero. YO NO QUIERO SER COMO TÚ. Así qué, mete tu perfección donde te quepa. Y de paso haces lo mismo con tu prepotencia.
Guarda tus consejos para el que te los pida. Pero no vayas de perdonavidas. Ni de salvador. No estás para salvar a nadie. Más bien todo lo contrario. Necesitas con urgencia, que alguien te rescate, ¡pero de ti mismo!
¡Y después de todo lo dicho, desperté, y me levanté como nuevo! ¡Y además, mano de santo cuando lo llevé a la práctica!
Quizá haya muchos, que tengan alguien cercano (hombre o mujer), pareja, compañeros de trabajo, amigos o parientes, que les hagan pensar en lo que dice este texto, pero trasladando la conversación, del sueño a la realidad. Pues nada, el que necesite desahogarse y sacar todo lo que le corroe por dentro, ya sabe… ¡o qué se calle para siempre, y siga tragando!
Fran Laviada